Venezuela para rato
Lo importante en este país es hablar de lo de fuera para olvidarnos de nuestros propios problemas. Algo así como ver la paja en el ojo ajeno. Me refiero a Venezuela y no lo digo porque los problemas externos no deban preocuparnos, sino porque la recarga de mentiras y falta de pruebas nos remite a las elecciones pasadas hace cinco años, donde tampoco la oposición aceptó la victoria de Maduro e incluso EE UU reconoció como presidente “interino” a una tal Guaidó -de cuyo nombre no quiero acordarme-, que se enriqueció de los recursos que desde el imperio le llegaban para mantener la subversión y que terminó embolsándoselos y emigrando a EE UU.
La historia se repite y ahora el supuesto ganador es un tal Edmundo González Urrutia, casi un octogenario que según parece tenía la estrategia de dimitir a los seis meses -en caso de ganar las elecciones- y pasarle el bastón de mando a la tal Corina Machado.
Ahora ya en su dorado exilio, declara que nada tuvo que ver con las actas electorales que presentaron a los medios ni las subió a las redes sociales.
Hay que preguntarse por qué no se presentó con las mismas a los tribunales tal y como le habían requerido por tres veces. Al menos, cabe la sospecha de la mentira.
Algunos tuvimos ocasión de ver en las redes la presentación de las mismas y ver cómo muchas no iban ni firmadas. Otras apreciaban la misma escritura en distintos garabatos y con el mismo bolígrafo, lo que podía suponer una prueba caligráfica que les dejaría en mal lugar.
Volvamos al Sr. Edmundo. Fue un diplomático de carrera y ejerció de segundo en la Embajada venezolana en El Salvador a las órdenes de Leopoldo Castillo, que ejercía de embajador y al que se le conoció como el “matacuras”. Corría la década de los ochenta cuando El Salvador vivía una etapa convulsa entre el Gobierno y la guerrilla. Ambos, embajador y el tal Edmundo fueron activos en lo que se denominó “operación Cóndor” y trabajaron al servicio de la CIA, tal y como se desprende de documentos desclasificados de EE UU. Coordinaron y financiaron los “escuadrones de la muerte” que asesinaron entre otros a varios sacerdotes identificados con la Teología de la Liberación, entre ellos a los jesuitas españoles Ignacio Ellacuría y Segundo Montes, asesinados un 16 de noviembre de 1989, junto a otros, más incluidas dos monjas. Aquella etapa arrojó la cifra de 13.000 víctimas civiles.
Hoy Edmundo es reconocido casi como un héroe. Pronto seguirá los pasos de su antecesor Guaidó y habrá que esperar las próximas elecciones en Venezuela para repetir la misma cantinela y pese a lo que digan los tribunales venezolanos. Es curioso que nadie en Europa pidiera las actas de EE UU cuando Trump cuestionaba la victoria de Biden o las de Brasil cuando era Bolsonaro el que ponía en cuestión la victoria de Lula. No acabamos de aprender. Lo bueno de todo esto es que las aguas se calmarán y ahora hasta la próxima.
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