Diosas de ébano y marfil
Comenzar este artículo es para mí un dolor personal y humano terrible, siento humillación, ira, desencanto, rabia, desaliento y frustración. Dibujar la geografía del terrorismo hacia las mujeres es no tener distinción de religión, filosofía, país, estatus social, color de piel, es poner en el punto de mira el odio, el abandono, la burla, el pronto olvido, la ausencia de moral, es fijar en el cuadro con tinta indeleble los más bajos instintos animales, y lo peor de todo es mirar ese cuadro y no sentirnos horrorizados con la visión.
En los últimos días ha sido asesinada una atleta africana que había participado en los últimos Juegos Olímpicos; fue quemada viva por su compañero (ahora muerto también), que creyó que era poseedor de su vida y pensó que esta no tenía ningún valor y decidió quitársela.
Su nombre era Rebecca Cheptegei.
Doy la enhorabuena a los medios de comunicación de España por tener el detalle de poner su nombre. Las mujeres asesinadas en nuestro país son anónimas, no solo se les quita la vida, sino que se las vuelve a matar con la indiferencia y el olvido de aquellos que ocultando su nombre pretenden olvidar que existieron y las mata nuevamente. Hay muchas formas de matar, pero matar la memoria es perder la identidad del propio yo, del propio ser como individuos y como comunidad, y, pretendiendo enterrar en el olvido a sus víctimas, pretenden borrar que un día existieron.
En este país enterrar la memoria es cosa que hacemos con singular maestría.
Todavía estamos levantando a aquellos que un día fuimos nosotros, que vivieron, amaron y murieron como lo hacemos nosotros, pensando, tal vez, que el tiempo es esa medicina que lo cura todo. Pero no hay nada más terco que el palpitar de unos corazones que buscan en el reconocimiento de la identidad a los seres que un día amamos.
Con la llegada de las religiones monoteístas las mujeres pasaron a ser solo reproductoras de su especie, sin más valor añadido que un animal, y, por tanto, pueden ser eliminadas, incluso hoy en día con menos pena que si fueran una perra (la prueba de esto es que la Iglesia católica, en España, nunca ha condenado el asesinato de ninguna de ellas).
Antes de la llegada de las religiones las mujeres eran sacerdotisas de sus culturas, estas eran preguntadas por los devenires de la política, la cultura y en ocasiones hasta de la guerra, y su palabra era escuchada por esos líderes como palabra de ley, cuando no eran ellas mismas las gestoras del Imperio.
Dos ejemplos de ello fueron Cleopatra y Nefertiti, ambas fueron lideresas de sus imperios en diferentes momentos de la historia y ambas cometieron aciertos y errores como lo harían otros soberanos. Sin embargo, ninguna de ellas es reconocida hoy en día (más allá de los estudiosos en el tema); es más, de ninguna de ellas se conoce dónde reposan sus restos, pero sí los de un joven que con apenas 16 años ya había muerto, y cuya efigie de oro es aún hoy objeto de estudio entre los eruditos.
Grecia y Roma adoraron diosas y dioses por igual y ambas culturas religiosas fueron fulminadas por el cristianismo en cualquiera de las formas de este.
Las cenizas de las mujeres asesinadas volarán un día y cegarán los ojos de aquellos que no supieron o quisieron mirarlas, negándoles para siempre otra visión que la oscuridad.
Como decía aquel título, más actual que nunca: "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto".
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