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Concepción cosmocéntrica o antropocéntrica

17 de Noviembre del 2024 - Juan Goti Ordeñana

En estos tiempos en los que se está reduciendo la enseñanza a los últimos dos siglos de nuestro pasado, parece que se quiere volver a la concepción cosmocéntrica de la historia, pensando inaugurar un nuevo ciclo olvidando del sentido religioso de nuestra tradición. Pero como dice Mircea Eliade: «Hay una sola línea de lo sagrado a través de los tiempos», que ahora se trata de olvidar. Problema que se observa cuando vemos que la sociedad moderna, con intensa preocupación de tender a la laicización, se esfuerza por desechar cantidad de conceptos religiosos que llenan nuestra convivencia, para alcanzar una sociedad desacralizada.

En la comprensión de la historia se han dado dos líneas de entender la evolución de la humanidad: una es la cosmocéntrica o cíclica que se ha desarrollado en la cultura india y griega, y otra antropocéntrica o histórica nacida de la concepción hebrea, y universalizada por el cristianismo.

La concepción cíclica o indo-helénica considera el ritmo del universo en constante repetición, y gobernada por una ley impersonal. Donde el ritmo del cosmos se considera como un ritmo nuclear de la naturaleza y del hombre. Donde «todos los elementos activos de la estructura del universo son parte de esa sustancia divina, de manera que es fácil identificar a Dios con el universo». Este universo es el mejor posible, y su único futuro es una repetición cíclica exacta. No hay progreso posible, porque todo siendo Dios es lo mejor dable.

«Para un heleno y para el hombre de la antigüedad clásica, la historia no revela una dimensión prospectiva de futuridad, solo existe el presente, la historia es una sucesión de presentes, que se van sustituyendo, sin que se dé una innovación». Visión que revela el emperador Marco Aurelio cuando dice: el alma «que abarca el renacimiento periódico del universo… y se da cuenta que nuestra posteridad no verá nada nuevo… Un hombre de 40 años, por poco talento que tenga, ha visto todo el pasado y todo el porvenir en la identidad del presente». Hay en esta concepción un desprecio de la historia. De aquí la escasa consideración de los estudios históricos en el pensamiento griego, sus escritos son reflejo de la limitada estimación que se hace de la ciencia de la historia.

Los nuevos tiempos tratan de reducir la historia a los dos últimos siglos, indicando que con la Ilustración se inició un nuevo ciclo con una nueva ideología, con olvido del pasado y de Dios, y donde se invita al ciudadano a marchar por el camino de la secularización

En esta visión, lo sagrado impregna toda la naturaleza y las acciones humanas, porque en el ritmo del universo se va realizando la divinidad en un constante y eterno mostrarse. Por ello lo real por excelencia es lo sagrado, pues lo sagrado es un modo absoluto, obra eficazmente, crea y hace durar las cosas. El mundo es, en consecuencia, un retorno cíclico de lo que siempre fue, y consiste en una constante repetición de un arquetipo proyectado en todos los planos: cósmico, biológico y humano. En esta concepción la libertad ideológica y religiosa no se puede plantear como problema, pues el hombre está identificado con el ritmo del cosmos, y lo realiza necesariamente. El mundo y el hombre no se rigen por una voluntad libre, sino el destino o fatum.

Otra es la concepción histórica hebrea o antropocéntrica. Donde se ve el ritmo del universo como un movimiento irrepetible, gobernado por una inteligencia y voluntad divina. Esto exige del hombre el no vivir en una pura relación de presentes, sino orientado en un plan de futuro, que, participando de un punto, de un pasado sentido como génesis, se lanza por encima del presente hacia una realización del futuro. Es una visión que parte en el pueblo hebreo y, explicitado por los profetas, se ha desarrollado y expandido por la elaboración del pensamiento cristiano. En esta concepción el tiempo no es una sucesión de presentes, sino un despliegue hacia el futuro, con un contenido singular e irrepetible. Por ello es posible afirmar que los hebreos fueron los primeros en descubrir el significado de la historia como epifanía de Dios, y esta concepción fue seguida y ampliada por el cristianismo.

Esta visión ha prevalecido en nuestra cultura, como una tensión histórica-religiosa que, con la realización de la promesa mesiánica, introdujo un factor nuevo que aumenta el carácter de historicidad. Así la esperanza cristiana, rompiendo el círculo vicioso de la concepción cíclica, da una explicación histórica del mundo. Se crea, de este modo, una tensión agónica para conquistar el último fin, que, ante el fracaso de los fines intermedios alcanzados, se va modificando constantemente para llegar a alcanzar el progreso del ser humano. En esta concepción es trascendental el conocimiento la historia.

Los nuevos tiempos tratan de reducir la historia a los dos últimos siglos, indicando que con la Ilustración se inició un nuevo ciclo con una nueva ideología, con olvido del pasado y de Dios, y donde se invita al ciudadano a marchar por el camino de la secularización. Hay algo de premeditado al ocultar los antecedentes y atribuir a su propio concepto de progreso, de modo que la marcha del cosmos sea solo desarrollo de la inteligencia y la voluntad del hombre.

A ello hay que añadir el olvido de la anamnesis platónica, como conocimiento racional de la verdad divina; la ignorancia del recuerdo de Hegel, que impone pensar sobre la verdad en el momento histórico de su meditación, y a entender la generalidad partiendo de algún modo de la prioridad del presente. Pero la historia es recuerdo crítico del presente, valoración del estado alcanzado y base de protesta de todo sometimiento irracional de situaciones dadas. De esta forma el recuerdo viene a ser historia, futuro y práctica como método de liberación.

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