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Delenda est Monarchia

22 de Octubre del 2024 - José Antonio Tamargo (Gijón)

La monarquía no será destruida. Ya t’oyí. Ya os oiremos otra vez. Unos roceanos. Unos pelmazos cansinos. El enunciado corresponde a un artículo de fondo de Ortega y Gasset, metafísico y neokantiano, autor de “España invertebrada” y “La rebelión de las masas” (la conspiración de los necios). La monarquía es la mejor institución por forma de ser (idiosincrasia) de los españoles, que la valoran en orden a la estabilidad de España. Un Estado constitucional, manipulado para la amnistía -el perdón sana, el rencor no- y pactos contra natura, sin tener el plácet de los ciudadanos. Quevedo, diría: yo me lo guiso, yo me lo como, como Juan Palomo. La unión de España es sagrada; santa indignación. Una humillación. Un país que se puede permitir el exceso de tener un patio político a la greña, porque por encima hay una monarquía estable y segura que irradia ejemplaridad e imprime consistencia y es más útil de lo que esperábamos los españoles, algo que merece la pena defender una corona bien estructurada y amueblada. Una apuesta de futuro. Su principal activo. El rey reina, pero no gobierna la ínsula Barataria; mejor así, al estar al margen de los rifirrafes políticos, que generan crispación, no entre los ciudadanos. Es una garantía de concordia y convivencia, que es el deseo de todos los ciudadanos de vivir en paz y en libertad. Porque tiene capacidad para integrar las distintas visiones agridulces que existen en España y salió bien parada, cuando no se sabía por dónde iba a tirar -poner el carru por delante de los bueyes- y ahora vive del legado de Adolfo Suárez, en la Transición a la Democracia. Un órdago a todo o nada. Una gesta. Algo bien hecho y ejecutado. Los ciudadanos también hemos sido protagonistas del cambio pacífico y levantamos fe (acta) de notarios. La Democracia es un invento de los griegos (Pericles). Un sistema político que se va haciendo (in fieri) y no que está hecho (in facto esse). Una forma de gobierno favorable a la intervención del pueblo -solo para votar, con “b” de botar a alguno; una ironía, por cierto- pero sin el pueblo (despotismo (sin) ilustrado) en el gobierno de la cosa pública. Es un barco que tiene al monarca con la sensatez por bandera para manejar el timón y navegar con un rumbo sin deriva, contra viento u marea, durante muchos años. Es la tabla de salvación, a la que hay que agarrarse. No a la de un grumete, aprendiz de marinero, e iluminado adoctrinador, que dice: “Etat c’est moi y mueve al árbol baobab, del que algunos hace poco bajaron de él, para recoger las nueces (gueta nel castañéu) en una sociedad superficial, agnóstica, hedonista y materialista que, ante la incertidumbre de los tiempos actuales, está desnortada que pregunta sin entender nada de lo alto y necesita respuestas sabias de la filosofía. En Asturias, con motivo de la entrega de los premios -un petit Nobel- de la Princesa Leonor y al pueblu ejemplar más guapu, se les recibe con entusiasmo y agasaja como si estuvieran en “ca güelu” por su cercanía al saludar a todo el mundo y al presentarse el rey por sorpresa en la boda de su apadrinado, celebrada por vicarios sin anillo de mitrado… de momento. La Princesa Leonor, la joya de la corona, heredera al trono de España, es consciente de su deber -un estatus que la compromete- y de lo que implica su responsabilidad en su papel institucional, en el servicio a España y los españoles. Que Dios proteja a los reyes -falta les hará y toda ayuda será poca- y a la infanta, en particular, le confiera la sabiduría de Salomón, para reinar. Es mi deseo de cordis. Un saludo afectuoso.

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