Pequeñas barreras, grandes decepciones: Lo que duele no ver
A veces, lo que más pesa no son las grandes barreras, sino las pequeñas cosas del día a día que otros dan por sentadas. Para muchos, obtener el carné de conducir es un rito de paso hacia la independencia. Pero, para quienes convivimos con la discapacidad visual, esa posibilidad simplemente no existe. Ver cómo tus amigos se sacan el carné y organizan escapadas espontáneas en coche es un recordatorio constante de una limitación que no elegiste, pero que está ahí.
Es frustrante ya que, más allá de las limitaciones físicas, están las emocionales: las que nacen de quedarte al margen de algunos planes, porque sabes que o bien tienes que depender de una tercera persona o vas a ser una carga en actividades que requieran moverse con rapidez y agilidad; o simplemente requiera de una agudeza visual con la que no cuentas.
Y luego está la cuestión académica. Mientras tus compañeros manejan con soltura los estudios, puedes encontrarte con libros o recursos que no están adaptados, con clases que se basan en presentaciones visuales o tareas en las que simplemente “ver bien” es un requisito básico.
Al final, no se trata solo de lo que no puedes hacer, sino del constante esfuerzo de adaptarte a un mundo que sigue su curso sin parar, mientras tú intentas no quedarte atrás, luchando contra la frustración y las emociones.
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