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La vida en el pretérito imperfecto

8 de Octubre del 2024 - Benjamín Charro (Zamora)

Eran aún tiempos del blanco y negro en el cuerpo y en el alma. Eran aquellos tiempos pasados cuando ya un hombre ducho en el arte del vivir, por sus múltiples aristas, decía con acierto estas palabras que ahora reproduzco: "Cuando pasan los grandes / y se hincan los hombres / son los agachados los que reciben honra / por ser vejados y tener que quebrarse / frente al oropel" (Julio Alejandro, en "Singladura", libro de poemas prologado por A. Machado).

Aquellos tiempos del pretérito imperfecto en los que había que comer lo comido, y esperar lo esperado, porque la justicia, para los pobres, era injusticia. Tiempo de querer lo querido y vivir sobre lo nacido; sobre la herencia de la sangre. ¡No resultaba nada fácil acostumbrarse a la injusticia cuando uno ansía la libertad! Nos vimos, durante tiempo, obligados a vivir sobre la herencia; en la misma tierra; sobre las mismas costumbres; sobre los mismos sudores heredados y rastrojeras respigadas. Con los mismos farrapos, aperos y arado. Porque aquella nacencia venía con un escueto rebojo de pan duro y tocino rancio bajo el brazo.

Eran tiempos en los que las madres apenas si tenían tiempo de ejercer de madres, ocupadas en multitud de tareas que agotaban las horas del día para arrancar a mordiscos las de la noche (quizá, también ocurra hoy). Más que madres estaban obligadas a ser simples "amas de casa", sometidas a los mandatos y antojos del hombre. Su cuerpo era de otros, y sus sentimientos, de nadie. La injusticia se fue así volviendo costumbre que aún a día de hoy perdura en muchos hombres. Mujer siempre condenada a casa y a ser "decente". A rezar rosarios y masticar plegarias; a confesar pecados de inocencia, en el catálogo de mortales. Porque los pecados mas graves, "los mortales" que siempre conducían al infierno, siempre fueron los del pueblo; los de la gente más humilde. Los que nunca pasarán a la historia, porque quienes les siguen nacen pisando ya el olvido. Hombres y mujeres por nacencia humildes y pobres condenados bajo un régimen severo, siempre mirando con ojo avizor desde los cielos escudriñando los rincones mas recónditos de la tierra; de esa donde nacieron tapiales, piedras y adobes para acurrucar la necesidad y aquella soledad de desamparo.

Una dictadura incansable de sangre que fue condena. Silencio y olvidos, cómplices en aquellos tiempos de hombría desmedida y sin nadie a quien decirle, como así le ocurrió a uno de los primeros hombres travestidos, atrevidos y en constante lucha por su dignidad, como fue Madame Arthur, Modesto Mangas, de Villavieja de Yeltes (Salamanca), que equivocarse de vida para poder vivir la que sentía, y no la dictada, era un derecho que tan solo a él pertenecía. Fue él un hombre que caminó, es cierto, por caminos sin salida, allá en tiempos del pretérito mas imperfecto. Aun a pesar y después de haber servido para alguno de aquellos ministros cómplices de la dictadura.

Tiempos en los que muchos se vieron obligados a vivir en penumbra y sin paz en su conciencia. Hombres y mujeres condenadas a no tener deseos y vivir en la hermandad del sufrimiento callado. Tiempos en los que unos pocos eran los dioses y, el resto el pueblo llano, monigotes a su antojo. Entre tanto, el Dios de la justicia y el pecado, miraba con indiferencia.

¡Ah!, yo soy ese de la foto en blanco y negro que mira el horizonte con mirada de esperanza. Ese que añora la libertad mas sincera, la democracia prometida. Que no me ven, no estoy.

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