Dejemos tranquilas a las mujeres de Hamburgo
Señor Director, su señoría y demás gente del jurado:
Imagino que habrán notado que nuestra querida ciudad está siendo invadida. No por zombis ni alienígenas, sino por hamburgueserías gourmet que parecen haber brotado en cada esquina como setas tras una tormenta. Allá donde mires encontrarás "la hamburguesa del mes" con ingredientes tan imposibles de pronunciar que parecen más bien salidos del corrector automático que de una cocina. ¡Y a un precio que haría ruborizar al mismísimo Rockefeller!
Recuerdo las épicas cenas con tíos y primos en las que competíamos a ver quién se comía más hamburguesas. Ahí no importaba ni la trufa ni el pan brioche, lo que nos unía era la simpleza y la felicidad de una buena hamburguesa, hecha con pocos ingredientes, pero con mucho cariño. Esa que no te vaciaba la cartera ni te prometía una experiencia sensorial. La hamburguesa batallera, pura alegría entre panes.
Ahora parece que hemos perdido el norte o, desde luego, esa hamburguesa... Ahora parece que comer una hamburguesa es un acto casi filosófico, donde lo que importa son los ingredientes que podrían estar sacados del laboratorio de Dexter: yema trufada, queso suizo curado en las estalagtitas de una cueva, cebolla caramelizada en lágrimas de unicornio o si la carne está lo suficientemente madurada como para sentirte digno de la experiencia ¡venga anda!
Hoy en día, en esta nuestra sociedad posturera, el que no prueba la última hamburguesa de 18 euros con carne de Wagyu criado a mano en las montañas de Japón está fuerísima. Se ha creado una necesidad absurda de probar cada hamburguesa que sale, no por hambre ni placer, sino para no perder el tren de la moda (y para dar algún premio a absolutamente todas). Y, mientras tanto, lo que de verdad hemos perdido es la esencia de la hamburguesa: un producto sencillo, barato, punto de unión y motivo de jolgorio.
Quiero lanzar una reivindicación. Porque en Gijón tenemos hamburgueserías míticas, aquellas que han sobrevivido generaciones y que nunca han necesitado ingredientes exóticos para conquistar nuestros corazones (y estómagos). Además, hemos de dejar espacio a nuevas hamburguesas locales que, con humildad y sin pretensiones, quieren abrirse camino en esta ciudad. Gente que entiende lo que es la hamburguesa en su sentido más clásico: una comida para disfrutar entre amigos y familia, en un ambiente relajado y sin necesidad de competir por ser el más cool.
Así que, volvamos a lo básico. A la hamburguesa batallera de toda la vida, esa que no necesita destacar en redes sociales, pero que te arranca una sonrisa de oreja a oreja. Que nos reúne, que nos alegra, que es buena y barata. Porque, al final, una hamburguesa no necesita ser gourmet para ser grande.
Atentamente,
Una devota de las hamburguesas como Dios manda
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