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De obispos, políticos y sindicalistas

26 de Enero del 2011 - José Manuel Fueyo Méndez (Oviedo)

Hay obispos que cada vez que dicen o escriben algo tienen la virtud de cabrear a los ultras del pensamiento políticamente correcto, que son legión, por cierto. Dirás que cabrear ultras no es conducta virtuosa, pero enseñar al que no sabe sí es obra de misericordia, de manera que si al enseñar cabreas de paso al que no sabe, no deja de ser un daño colateral disculpable. A lo que iba, uno de esos obispos virtuosos es monseñor Reig, titular de la diócesis de Alcalá. El mes pasado volvió a irritar a los del pensamiento único al afirmar que entre las parejas casadas por la Iglesia se dan menos casos de maltrato que en las demás. Supongo que el prelado alcalaíno dispondrá de alguna estadística sobre el particular, pero servidor hubiera formulado la tesis de otra manera: diría que entre los cristianos practicantes se dan menos casos de maltrato que entre los demás ciudadanos. Otrosí diría que entre los cristianos practicantes hay menos asesinos que entre los demás ciudadanos, y menos ladrones, y menos calumniadores... y, por supuesto, menos pederastas. No dispongo de estadísticas, pero me baso en lo que veo y oigo y en lo que me contó algún capellán de prisión, que son los que mejor lo saben. Y, conociendo el percal, si la tesis verdadera fuese la contraria, seguro que los medios de la «pseudoprogresía» ya se hubieran encargado de airearla.

Si construyes un silogismo con esta tesis de que a mayor práctica religiosa menor delincuencia, llegarás a la conclusión de que a cualquier Estado, por muy aconfesional o laico que fuere, le interesa que haya muchos ciudadanos creyentes y practicantes. Ciertamente, no es obligación de los gobernantes promover lo religioso, pero si ello te sirve para favorecer al Estado y/o ahorrarle dinero, promuévelo o, al menos, no lo dificultes. Pues que si quieres arroz... ¡Spain is different! Al menos es diferente de Italia, por ejemplo, en el trato que le da a los presidentes: fíjate, lector, en Berlusconi, citado, al parecer, por la fiscalía, supuestamente por líos sexuales con menores. No digo que nuestros presidentes hayan sido o sean tan casquivanos como don Silvio, pero tanto a Felipe como a Aznar como a Zapatero se les ha consentido de todo. Sin embargo, aquí no sólo no los cita la fiscalía, sino que les tenemos que pagar, cuando dejan el cargo, con una pensión vitalicia de 80.000 euros al año, por si acaso no les resultan suficientes los 200.000 euros con que les obsequia la gran empresa de turno, a la que a lo peor favorecieron cuando gobernaban, para prepararse el futuro. ¡Será por «perres»! Fíjate también, lector, en el Senado, esa cámara inútil que nos cuesta cerca de 60 millones de euros al año y que ahora tendrá el sobrecoste de 12.000 euros por sesión para las dichosas traducciones. ¡EI colmo de la estulticia! Pues vete sumando: expresidentes, Senado, «autonosuyas», asesores y demás chiringuitos... y obtendrás el despilfarro total de esta monarquía bananera. En fin, que nuestra clase política continúa haciendo «méritos» para seguir siendo considerada por la opinión pública como el segundo problema nacional. Basta ver el haraquiri que han montado los del PP aquí en Asturias cuando más a huevo tenían llegar al palacio de Suárez de la Riva. Allá ellos.

Concluyo con un recuerdo para el nuevo ministro encargado de las relaciones con la Iglesia, el señor Jáuregui. En una entrevista que le hicieron hace días comparaba a la Iglesia con los sindicatos, y recomendaba a ambas instituciones «adaptarse a los nuevos tiempos». Si lo que el señor Jáuregui quiere decir es que la Iglesia esté bailando la yenka y cambiando de opinión cada cuarto de hora, según conveniencias, como hace su partido, va a ser que no. Casualmente, quince días antes el sindicalista Toxo comparaba a la Iglesia con el Gobierno, arguyendo que ambas instituciones le prometen un futuro mejor al personal pero amargándole el presente. No hace falta que lo jure el señor Toxo, porque de sobra sabemos que le importa una higa el futuro, considerando lo encantado que está con el presente. Sobre todo, le encantan las subvenciones y corre el rumor de que tampoco les hace ascos a los cruceros. ¡«Espabilao» que nos salió el sindicalista! Si podemos jugar todos a las comparaciones, servidor diría que ciertamente entre Iglesia, partidos y sindicatos hay semejanzas, pero en materia de financiación, por ejemplo, se asemejan más partidos y sindicatos. Los contribuyentes pueden decidir con su declaración de la renta si desean financiar o no a la Iglesia, pero a los partidos y a los sindicatos tienen que financiarlos queriendo o sin querer. De todos modos, los optimistas no perdemos la esperanza de que algún día el sucedáneo de la democracia de esta monarquía bananera se convierta en una democracia real, en la que podamos poner o no poner varias docenas de equis en la declaración de la renta para evitar que el dinero de todos sea dilapidado con la frivolidad con que se derrocha actualmente.

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