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Pues claro que fueron mejores

27 de Enero del 2011 - Marino Iglesias Pidal (gijón)

Los tiempos pasados, digo. No recuerdo haber visto a mi padre pasearse nostálgico por los años de la guerra o los de la penuria que siguieron. Pero desde mi óptica, en un platillo de la balanza que lo sentencie, lo que fue peor y en el otro lo que es mejor, ni la mínima duda, aquellos sesenta, comparativamente, fueron un primor.

Casi lo único en lo que aventajan las posibilidades de un mejor vivir en el hoy que en el ayer, es lo dependiente de avances científicos y tecnológicos. Recuerdo, por ejemplo, que a mí tardó tres años, después de dejar el quehacer, en desaparecerme el pitido implantado en los oídos el día que me puse a sufrir remaches en la construcción naval, -algo que hoy no ocurriría -, por lo demás, las costumbres, los gustos, ¡y hasta los sentimientos! porque, es evidente, cuantos menos impedimentos tiene el hombre para hacer lo que le dé su gana, más se deja arrastrar por su instinto meramente animal y menos condicionado por represiones de índole moral.

Pero no es el enjuiciamiento de la conducta inhumana del ser humano lo que me ha traído a teclear, sino el hecho de haber visto en el informativo de la tele algo sobre la propuesta gastronómica para 2011 y la llegada, a continuación, de un pariente, vinculado a un restaurante, que me obsequió con un pote de nabos preparados. Ni siquiera había probado los nabos hasta hoy. Cuando del microondas comenzaron a escaparse los primeros efluvios, ¡madre mía! ¡Qué manera de segregar jugos gástricos!

No sé el nombre del plato. Además de los nabos, por supuesto, se me ofrecieron, menos al tacto, a todos los sentidos, chorizo, morcilla, oreja y un entremezclado etc. de gochu asturianu que me mantuvieron en un orgasmo gastronómico ¡aún hasta después de haber deglutido el último bocado!

Ahí fue cuando entré en un automatismo de reniegos: ¡¿Pero qué coño tendrá que ver esta maravilla que acabo de disfrutar con esas huevonadas supercalifragilísticas cocinadas a soplete, olorizadas con vapores químicos mezclados con el aliento del cocinero galáctico que las masuña con la nariz bien metida en ellas!?

Otro desatino más, consustancial de una modernidad que impone lo original aunque se trate de una memez integral.

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