¿Y si la historia se repite?
A quien nos apasiona la historia, como es mi caso, encontrar similitudes entre tiempos pretéritos y aptitudes presentes es más común de lo que se piensa. De ahí que el pasado no tan lejano para la historia de un país, aunque sí lo sea para la de un ser humano, nos deja hechos y coincidencias que solo el tiempo modifica en la forma, pero no en el fondo.
Cuando, finalizada la Guerra Civil, se encargó un estudio jurídico, político-filosófico e histórico para demostrar la ilegitimidad de los "poderes actuantes en 1936" -entiéndase la República-, la narrativa de las causas tiene un reflejo en las actuales en muchas circunstancias políticas, sociales y culturales, a las que concluyeron en el cuestionamiento de la legitimidad en origen de la II República. Así es que, de no concluir en que el régimen de 1931 tuvo su origen en la voluntad de la nación española, lo siguiente es cuestionar que su implantación haya sido como resultado de unas elecciones y sí por medio de una revolución, muy propia además de los años convulsos en que esta se proclamó.
Dicho esto, y partiendo de aquello, uno se da cuenta de que "aquello" nace de un pacto "progresista" (como se le denominaría ahora) firmado en la ciudad de San Sebastián (¿se parece en algo al acordado entre PSOE, Bildu, PNV, ERC, Sumar, Podemos y el PC?), yo diría que en el léxico, puesto que lo allí acordado fue lo que se realizó a posteriori. Y aquí, así parece, ¿verdad?, por no afirmar que así es. Lo de San Sebastián tenía un denominador común: derrocar a la monarquía; mientras que lo negociado, acordado y pactado en Suiza se realiza con la finalidad de impedir:
1.º Que gobierne el PP, aunque haya ganado las elecciones.
2.º Evitar un posible Gobierno del resto de la Cámara, que dejaría fuera al PSOE (lo dejó claro Sánchez: "¡O pacto, o paro!", refiriéndose a la militancia, agradecida a lo "público").
3.º Cercenar toda posibilidad de que un cambio de Gobierno exigiera las responsabilidades penales, políticas y morales, sobre lo acaecido como consecuencia del covid-19 y posteriores, pues esto sí fue "nunca mais" para demasiados, mientras que lo del Prestige fue "mais" para los ecologetas y, sin embargo, se investigó.
Como mínimo, esas tres razones eran y son lo suficientemente importantes como para optar por pactar, aunque fuera, como lo fue, con los herederos de ETA, el feminismo radical, el movimiento Woke, el comunismo bolivariano y la Agenda 2030, o los secesionistas catalanes, vascos, o gallegos. Todo, con tal de que otro Gobierno no los sentara en el banquillo.
¿Nos llevará el pacto helvético al mismo final que el de San Sebastián? Quiero pensar que no. Quiero imaginarme un Estado de derecho; una Constitución; un partido de centro, conservador, democrático y de derechas, y una justicia que no se "manche la toga con el polvo del camino". Esto lo quiero creer, pero me falta verlo, y, hoy por hoy, solo veo más togas manchadas que limpias; más manos sucias que blancas; más despotismo sin ilustración que ilustrados, aunque fueran despóticos; más derechos que obligaciones; más ocio que esfuerzo; más vicio que virtud, y más indecencia que decencia.
Sigue, aunque menos cruento pero más incruento en los resultados, la persecución a la tradición y fe cristianas, a las creencias personales y al patrimonio histórico y cultural, al derecho de los padres, a la educación de los hijos, a la intimidad familiar y personal, al derecho privado y la injerencia pública en la familia y en los hogares.
Esta historia parece conocida, pues la ley de "defensa de la República", aprobaba por los mismos integrantes que aquel otro "pacto progresista", contenía las mismas ideologías que forman los mismos mimbres, con los que solo se pueden hacer los mismos cestos. El que quiera entender, que entienda; el que no, que siga votando a los que les ponen la "zanahoria", que ellos van montados en el burro... ¡ese animal ejemplo de laboriosidad, obediencia y fidelidad que, aunque pocas veces tire del lomo a su ocupante, a veces lo hace!
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