Ramiro I, rey astur, no libró la batalla de Clavijo (anno Domini 844)
LA BATALLA DE CLAVIJO DE 844, DE QUÉ COLOR ES EL CABALLO BLANCO DE SANTIAGO Y UNA BATALLA QUE NO SE DIO
Había en la alcoba donde yo dormía cuidando a mi abuelo, que tenía que levantarse varias veces en la noche a causa de la poliuria, que atormentaba sus micciones -andaba mal de la próstata, el pobre, y yo le acercaba el orinal-, un cuadro a la cabecera que representaba la batalla de Clavijo. Toscamente, se representaba al apóstol Santiago tocado de un sombrero, una esclavina y su venera a lomos de un caballo tordo, el cual saltaba sobre las cabezas de los pobres musulmanes derrotados... parece que estoy escuchando los gritos de horror y las caras de pavor bajo sus turbantes. Estaba clavado en la pared de la sala al lado de un ventanuco que daba al bardal y a las cuadras. En lo alto columbrábamos la torre románica de San Gregorio, actual cementerio que fue derruido en una razzia. Solo se celebraba misa la noche de Difuntos sobre la vieja ara visigótica. El Maudillo, el Agustín y yo, Pedrete el del tío herrero y otros de la cuadrilla pasábamos allá en lo alto la noche de ánimas. Los peldaños de la escalera de caracol estaban tan gastados por el vaivén de los siglos que mostraban mellas de hasta una cuarta. El cuadro aquel de Santiago cabalgando un caballo blanco aplastando cabezas el estandarte con la cruz dorada de la enseña, el tantán de las campanas fueron un acicate a mi imaginación que me llevaron a la poesía, a la literatura, al periodismo, al estudio de la Edad Media. Quedé transfixo por la idea de aquel ir y venir, de aquel bajar y subir a tocar las campanas, aquella arrebolada de siglos (ocho nada más) y de batallas. Acabé enamorado de Mahoma y de Cristo, pues mi pueblo Fuentesoto fue tierra de moros en plena línea de demarcación de la frontera del Duero. Aquella interacción étnica dejaría huella.
Las mujeres se sentaban a la morisca detrás del hachero y se cubrían la cabeza con el almaizar.
Ya casadas, vestían de luto y los hombres llevaban en el bolsillo, todos, una chaira (navaja) para cortar el pan o para defenderse, a ser preciso. En aquel rincón oriental de la provincia de Segovia donde crecí y tiré varetas los veranos éramos todos un poco fatalistas y resignados muy creyentes, eso sí. Sea lo que Dios quiera. Cúmplase la voluntad de Dios.
Llamábamos almuerzo al desayuno y en nuestro idioma quedaron como desinencias de aquel conflicto no pocos vocablos de Berbería.
Pero de qué color era el caballo blanco de Santiago, pues blanco, abuelo.
Sin embargo, a mi primo el Agustín, que era algo zoquete y un poco daltónico, se le ocurrió decir que era un caballo negro, y ¡zas! el abuelo le sacudió una hostia con el envés de su mano gorda. No era ni pío, ni bayo, ni negro el alazán. Era blanco. Al cabo de los años supe, a causa de mi afición a la historia, que la batalla de Clavijo, que supuestamente fue acometida contra los invasores por el rey asturiano Ramiro I, no hubo tal, y que el apóstol Santiago, patrono de nuestra caballería, no montó jamás un corcel. Tal cuadrúpedo era desconocido en Palestina. Era de infantería, y dicen que vino a España a predicar en el coche de San Fernando, un poquito a pie y otro poquito andando, y estaba tan desanimado por el poco éxito de su evangelización que una noche triste se le apareció la Virgen del Pilar subida a una columna para consolarlo. Luego dicen que sus discípulos, de regreso a Jerusalén, donde murió, lo trajeron a España en una barca de piedra. Lo enterraron en un pueblo romano de Galicia que se llamaba Iria Flavia y, al cabo de diez siglos, aparecieron sus huesos en un rincón iluminado de Galicia, Compostela, Campus Stellae. Así surgió el mito o la creencia jacobea que no se puede admitir con la mera razón: solo con los ojos ciegos de la fe. Por tanto, ¿de qué color era el caballo blanco de Santiago, abuelo? Si dijese pío, bayo o alazán me ibas a dar un soplamocos. ¿Y la batalla de Clavijo? Pues no hubo tal. Fe es creer lo que no vimos y confiar en lo que nos han contado.
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