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Samuel Ruiz García, el obispo defensor de los indios mexicanos

2 de Febrero del 2011 - Alberto Torga y Llamedo

El lunes 24 de enero, a los 86 años, falleció en un hospital de la ciudad de México Samuel Ruiz García, obispo emérito de la diócesis de San Cristóbal de las Casas en el Estado de Chiapas, conocido como el obispo defensor de los derechos de los indios y por haber sido mediador en el conflicto del movimiento zapatista con el gobierno mexicano en 1994.

Fue un obispo encarnado en su pueblo, solidario con los pobres, que le llevó a enfrentarse con los caciques y poderosos del Estado de Chiapas, uno de los más ricos en recursos naturales –es el mayor productor de café y el que genera el 65 por ciento del petróleo y el 55 por ciento de la energía eléctrica de todo el país–, pero con una renta per cápita de sólo dos mil dólares anuales, aunque hay braceros que apenas ganan dos dólares al día.

El 26 de octubre de 1993 el nuncio apostólico Giorolamo Prigione –artífice del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano– le comunicó que, por disposición del cardenal Bernardin Gantin, prefecto de la congregación de obispos, quedaba apartado de su función de obispo, debido a las quejas llegadas desde México por su labor pastoral entre los indígenas. Pero el levantamiento de los guerrilleros del denominado ejército zapatista de liberación nacional (EZLN) al mando del embozado subcomandante Marcos, en enero de 1994, echó por tierra la cacicada a la que había sucumbido el Vaticano.

Antetítulo: In memoriam

Destacado: Encarnado en su pueblo, fue solidario con los pobres, lo que le llevó a enfrentarse con los caciques y poderosos del Estado de Chiapas

El cardenal primado de México, Ernesto Corripio Ahumada –cuya familia procedía de Cabranes–, convocó a su sede episcopal a 20 obispos de diversos estados del país, para ofrecer su solidaridad a Samuel Ruiz. A esa reunión acudió también Manuel Camacho Solís, comisionado de la paz del presidente Carlos Salinas de Gortari, para pedir la ayuda del obispo de San Cristóbal de las Casas para su labor pacificadora, que fue aceptada también por los rebeldes zapatistas.

Los terratenientes y demás caciques de Chiapas, que vieron fracasar su maniobra de acusar al obispo ante el Vaticano, le imputaron luego haber montado o al menos favorecido la guerrilla zapatista, debido a su pastoral en la línea de la Teología de la Liberación –de la que era seguidor– y de intervenir posteriormente en el conflicto como mediador para impedir ser removido de la diócesis donde llevaba 30 años. A este respecto fue escandaloso el eco que esta calumnia encontró en la revista católica italiana «30 Giorni», dirigida por el incombustible político democristiano Giulio Andreotti, que acusó a Samuel Ruiz de «haber hecho su propia investidura», logrando así congelar la renuncia que le pidió el cardenal Gantin.

Conocí a Samuel Ruiz en septiembre de 2001, cuando acudió a recibir el Premio Internacional de los Derechos Humanos de la ciudad de Nürnberg. En la predicación de la misa que celebró en la iglesia católica de Santa Isabel el dia 14 dijo, a propósito del criminal ataque terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York, perpetrado tres días antes: «Ante este hecho condenable de terrorismo internacional podemos hacernos dos preguntas fundamentales: ¿Quién lo hizo y por qué lo hizo? Si únicamente preguntamos quién lo hizo, corremos el peligro de que, en vez de hacer justicia, realicemos un acto de venganza. Pero si nos preguntamos también por qué lo hizo, es posible que podamos contribuir a hacer un mundo más justo y fraternal».

No me cabe ninguna duda de que Samuel Ruiz García, a la largo de su vida pastoral, primero como sacerdote, después como obispo de Chiapas y, desde 2001, como obispo emérito, contribuyó, en la medida de sus fuerzas, a hacer un mundo más justo y fraternal.

Para mí es un obispo santo, a la altura de Oscar-Arnulfo Romero, Enrique Angelelli, Juan Gerardi e Isaías Duarte Cansino, por mencionar los útimos cuatro obispos que han sido asesinados en América Latina estos últimos años, como testigos de la fe. Es posible que nunca sean canonizados oficialmente, porque para ello se requiere, lamentablemente, mucho dinero e influencias, pero el pueblo cristiano, el pueblo de Dios, que tiene un sentido evangélico de mucho calado, ya los ha canonizado y los invoca como santos.

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