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El extraño caso del producto menguante

8 de Noviembre del 2024 - Javier Cortiñas González (Villaviciosa)

Desde siempre me ha sorprendido el tamaño de las latas de anchoas en aceite. Se distinguen de las demás latas de conserva por ser las más pequeñas. Quizás se deba a su elaboración todavía artesanal, porque manualmente hay que quitar la raspa y todas las espinas una a una, para después envasarlas en aceite, después de haber permanecido en salazón seis meses, tal como los pescadores sicilianos nos enseñaron a finales del siglo XIX, al instalarse en Santoña. Son las latas llamadas "octavillo", aunque ya hace tiempo que su tamaño ha ido menguando tanto que pronto compraremos por unidades las anchaos o "Engraulis encrasicolus", extraño nombre para una conserva tan sabrosa.

Y es que el fenómeno de ir escatimando la cantidad manteniendo los precios se ha ido extendiendo y acelerando desde que se inició la escalada de precios o inflación, como consecuencia de la pasada epidemia del covid-19, ya algo que parece tan lejano en el tiempo y que, sin embargo, ocurrió prácticamente ayer mismo. Basta con fijarse especialmente en los productos envasados. Bolsas de legumbres o pescados congelados que antes eran de quinientos gramos ahora mantienen el mismo tamaño de envase y el mismo precio, pero solo contienen cuatrocientos cincuenta gramos. Lo mismo con las galletas, paquetes con menos unidades. Paquetes de pan de molde con menos rebanadas, tarros de margarina o yogures más livianos, rollos de papel higiénico con menos capas, o más estrechos, botellas algo más vacías de lo normal, chorizos menguantes, bolsas de snacks semivacías. Sin olvidar productos de limpieza o de higiene que cambian la forma o el tamaño del envase para enmascarar una reducción de volumen.

Así que, tanto si nos hemos dado cuenta o nos ha pasado desapercibido hasta ahora, tenemos que saber que estamos ante una práctica comercial llamada reduflación o el extraño caso del producto menguante. Consistente en reducir las porciones, cantidades y tamaños de un producto, de forma paulatina en el tiempo, sin alterar el precio final a los consumidores para que no nos demos cuenta. Se considera una práctica legal siempre que en los envases se indiquen el peso o unidades específicas, aunque poco o nada ética. Esta práctica de contracción interesada del volumen de producto que se vende se ha vuelto muy común en periodos de inflación alta. Pues, en general, los consumidores somos muy reticentes a aceptar aumentos de precios, pero, en cambio, tendemos a aceptar de manera pasiva las reducciones de volumen, tamaño o cantidad que no implican un cambio de precio.

Lo que podemos hacer para proteger nuestra capacidad de compra es consultar siempre la información disponible sobre el tamaño, peso o número de unidades de cada producto que adquirimos. A partir de ahí, hay que recurrir a una sencilla regla de tres para calcular qué porcentaje de reducción se ha practicado y determinar con precisión cuánto producto se está adquiriendo por un determinado precio

Esta práctica no solo se aplica a los productos de la cesta de la compra, basta con observar lo que ocurre en los bares con las cañas de cerveza, dentro de poco nos las servirán en vasos de chupitos; o en los restaurantes, donde por arte de magia una hoja de lechuga, un escaso cuarto de tomate enano, una aceituna y una mínima hebra de germen de soja, acompañado de unas gotitas de aderezo en el fondo del plato, se convierten en una ensalada de nombre extraño y evocador. A la que sigue el plato importante, consistente en dos colas de rape del tamaño de una sardina todavía en fase de crecimiento.

Debe de ser que ya estamos tomando medidas preventivas para no dejar desabastecidas a las futuras generaciones dentro de lo que se llama la sostenibilidad del planeta, aunque resulte fatalmente insostenible para nuestros bolsillos.

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