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Trump y la Democracia

11 de Noviembre del 2024 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

El reciente triunfo electoral de Trump en las elecciones americanas frente a la fiscal

demócrata Kamala Harris pone de relieve el viraje del sistema tradicionalmente turnista-

liberal norteamericano, en una economía paradigma del ultracapitalismo y las oportunidades

abiertas, hacia fórmulas un tanto autocráticas neopopulistas de culto a la personalidad de

un líder aupado a la Presidencia por un sistema electoral muy complejo y, podemos decir,

carente de las garantías jurídicas de Europa. Trump es un gran empresario de éxito, según los

cánones norteamericanos, un hombre que gusta por su franqueza rayana en la grosería

descalificadora, su rudeza y desdén irreverente por el "Washington Post", los intelectuales

liberales progresistas de pensamiento únicamente woke y basado en guerras culturales

e identitarias con trazos exagerados y grotescos, la conexión con una América profunda

nostálgica de cow-boys, gobernadores y sheriffs, muy trabajadores granjeros, autónomos

blancos y clases medias trabajadoras nacionalistas que aborrecen a burócratas, las ideas

complejas y la falta de resultados materiales en las teorías; recordemos que uno de los

filósofos nacionales norteamericanos es William James, creador de la corriente pragmática.

Estados Unidos es una cultura conservadora y práctica, con valores religiosos de muchas

corrientes protestantes, presbiterianas, calvinistas, puritanas, luteranas, congregacionalistas o

pentecostales, cristianos de culto al éxito, testigos de Jehová, judíos y mormones que, aunque pacifistas, siempre han reforzado políticas de armamentos y defensa. Los católicos son muy numerosos y muy representativos, de origen irlandés, italiano, polaco, o del mundo

hispanoamericano –latino–, de cultura chicana, cubana, centroamericana o sudamericana,

Practicantes de un catolicismo más sincrético y santero. Todos estos grupos cristianos son

defensores de valores muy tradicionales y familiares, valores heterosexuales y, en muchos

casos, literalistas bíblicos y fundamentalistas. El pensamiento progresista o "liberal"

norteamericano está representado por sectores universitarios, mayormente, y profesionales

adinerados de la Costa Este, con una cultura mucho más refinada que el promedio

norteamericano, sin ser socialdemócratas al estilo europeo, abogan por más equidad social,

avances sociales, valores urbanos, acceso a la Universidad de grupos étnicos o

sociales infrarrepresentados, una moral sexual laica o LGTBIQ, más cultura cívica tolerante,

unas libertades feministas plenas con derecho a decidir y con representación de la realidad

enormemente plural y ya multicultural de unos Estados Unidos, evidentemente, ya no solo Wasp o protestante blanca anglosajona con espíritu puritano de Mayflower.

Trump ha triunfado en una sociedad polarizada, con muchos estados de pasado industrial en decadencia, con una economía a punto de ser desbancada por China en todo, con una necesidad de mitos basados en "Let’s make America great again", es decir, "hagamos grande a América de nuevo". Estados Unidos presenta grandes tasas de delincuencia, problemas sociales que son suicidamente soslayados, millones de trabajadores pobres y una incultura galopante. Esperemos que Trump, contra todo pronóstico, sepa conducir a esta admirable nación por sendas de unión conciliadora, valores democráticos justos y de paz social, civilización y prosperidad, de mucha bonanza económica y sensatez, en un sistema donde para votar tienes que inscribirte, hay un complejo sistema de "nominations", "caucus", grupos de presión y lobbies, filántropos, corporaciones bancarias y empresariales que, en ocasiones, escabullen toda legislación, en una América que, en realidad, no fue una democracia hasta hace muy poco, mediados de los años 60 del siglo XX, merced a experiencias muy traumáticas como la guerra de Vietnam, la esclavitud y el segregacionismo, el movimiento triunfante de los derechos civiles y hippies, la eclosión de una América de Bob Dylan y Oliver Stone, siendo conscientes de que Estados Unidos es talento, trabajo duro, comunidad y tierra prometida, honestidad y mérito. Que lo que mantiene la argamasa social no es la jurisprudencia de la Corte Suprema o las brillantes críticas de intelectuales como Chomsky, sino el "sueño americano" de Benjamin Franklin, Madison, Tocqueville y Thomas Alva Eddison, Kirk Douglas, Steven Spielberg, U2, Eleanor Roosevelt, Isabel Allende, Alice Walker, Obama, Madonna, Steve Jobs, Paul Auster, José Andrés y Antonio Banderas. Estados Unidos es una democracia porque es el gobierno de la gente, y, desde el sincero respeto por Trump, no debería ahondar en fórmulas autoritarias de un capitalismo que, exitosamente, ha de tener un rostro más humano y compasivo, generar más oportunidades para todo tipo de gente e ilusionar a todos los sectores.

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