Los patitos feos ...
Nuestros patos, los que siempre han estado, los que han sido reclamo de turistas, los que siempre han posado ante la cámara que les ha requerido, haciéndolo con gratitud, paciencia y cierto toque de coqueteo. Esos mismos que han visto pasar generación y generación en nuestra villa, que no es otra que la de Belmonte de Miranda. Nuestro querido pueblo, aquel donde todo el que está lejos regresa con ansia, donde nuestras raíces no entienden de distancias para sentir añoranza.
Donde a día de hoy quieren que nuestros patos y ocas se vayan, sin importarles adónde, sin preguntarse si ese cambio repercutirá en su estado, en su ciclo vital, obviando todo. Tratándolos como a un objeto, como a un mueble. Olvidando que son pacíficos y cariñosos. Si se tiene la oportunidad de hacer feliz a un pato, es casi seguro que percibas gratitud y encanto por su parte. Los patos son aves inteligentes con habilidades y técnicas de interacción social muy dinámicas, estos seres vivos sienten, interactúan con el medio que les rodea. Son animales que si nos cogen cariño, crean un vínculo que permanece a lo largo de su vida y solo debemos perder unos minutos de la nuestra para observarlos; cuando se sienten felices hacen ruidos que les caracterizan para expresar que se sienten bien en el medio en el que viven, cuando agitan sus alas nos expresan que son felices, algo que a los humanos a veces nos resulta tan difícil llegar a sentir y más el expresar ante el mundo que nos rodea.
Saben reconocernos por la voz, por la cara, lo que les ayuda a interactuar con las personas, es decir, tienen la capacidad de sentir.
Pero en Belmonte de Miranda a alguien le molesta que estén en el río Pigüeña, en nuestro río, y ha puesto una denuncia en la Guardia Civil para que notifique al Ayuntamiento de la villa que procedan a tomar diligencias y sean retirados de su río, en el que todos nuestros seres queridos han tirado sus cañas para ser obsequiados con una de sus bellas truchas, sí, en el mismo que a día de hoy a alguna persona sin raíces profundas en la villa y por todo lo que a ella se refiere, pone descontento y alega ante la autoridad que nuestros patos y ocas ensucian sus aguas, obviando que son seres vivos, que han estado siempre, y lo más importante es que son capaces de sentir; algo que dudo a día de hoy que sienta la persona que ha interpuesto la denuncia.
¡Qué pena! ¡ Qué tristeza!
Nuestro río Pigüeña sin patos y sin ocas.
Sus truchas sienten la soledad.
Sus yerbas ya no sienten el roce de su pico.
Sus aguas puras añoran el azote de sus alas.
Y los belmontinos, ¡ay los belmontinos!... mientras claman justicia, lloran su ausencia.
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