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Bandas (In)humanas

15 de Noviembre del 2024 - Raül Barberà Sangrós (Algemesí (Valencia))

A mí no me pueden contar lo que es vivir desde dentro una catástrofe como la de Valencia. La estoy sintiendo con mis propias carnes. Soy de Algemesí, una de las tantas zonas afectadas, por momentos olvidada, y jamás podré borrar de la cabeza aquella noche del 29 de octubre. Aquel ruido fino de agua penetrando por las rendijas de la puerta, aquella respiración acelerada que marcaba el ritmo al que el agua invadía la vivienda familiar, todo sumado a esos continuos viajes hasta una ventana, sin parpadear, observando como el nivel de esa agua marrón subía sin parar durante toda la madrugada. Ha pasado una semana. Parece una eternidad. Sin embargo, más allá de haber tenido que manejarme con herramientas para la ocasión como cepillos, rastrillos y demás menaje quita fango, para mis ojos no han pasado desapercibidos detalles que dan a entender hasta qué punto puede llegar la raza humana en las situaciones más desagradables.

Las distribuciones de ayuda, centrándome sobre todo en la comida, han sido lo más parecido a la acepción de la palabra desastre: "Suceso infeliz, lamentable". Sin ningún registro ni vigilancia alguna en los puntos de recogida, han nacido lo que he definido como "bandas (in)humanas". No ayudan, no colaboran, pasan de la catástrofe y de sus consecuencias y, además, le quitan al currante lo que le corresponde. Es muy sencillo de entender. La persona que está pala en mano, con rodillas crujiendo a causa del repetitivo movimiento y la fuerza mental puesta en intentar salir del lodazal lo antes posible, parece no tener derecho a mucho. O a nada. Así está montado el sistema. Y, al contrario, los que estorban y no doblan el "lomo" ni por asomo, aparecen con cargamentos dignos de un confinamiento extremo o algo peor.

Su modus operandi es sencillo y efectivo. Si aparece un furgón, camión o coche y detectan que es alguien dispuesto a ofrecer su ayuda mediante la apertura de un maletero lleno de comida y/o bebida, con dos silbidos o un "llama-cuelga" tienen suficiente para ejecutar el plan. Hija, hijo, padre, madre y yerno -hasta el bebé si hace falta- juegan su papel, con su discurso preparado y su cara bien forrada de metales pesados. Su juego es bien sencillo. Arrasar con todo. Da igual que media hora antes hayan aparecido por el fondo de la calle cargados de leche y galletas, agua o pan. Vuelven a hacer cuántos viajes sean necesarios con carros llenos y bolsas colgadas de unos brazos que, por desgracia, no se resienten ante tal flujo de insolidaridad con el resto del ciudadano. Sus casas ni siquiera han sido afectadas por la riada y su cabeza jamás ha estado con el vecino de enfrente que lo ha perdido todo. Ni siquiera el barro ha manchado apenas su ropa. Su único objetivo radica en privar al buen vecino de aquello que le corresponde y hacerle sufrir. Todavía más.

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