Españólogo

15 de Noviembre del 2024 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Fue cuando tenía 14 o 15 años. Hasta ese momento, que yo recuerde, no me sentía ni más tonto ni más listo que los carajitos con los que compartía escuela o jugaba. Fue cuando dejé de estudiar, no, con propiedad, porque yo nunca estudié, cuando empecé a trabajar, como dije, a los 14 o 15 años.

Ahí empecé a decirme, sería por un engreimiento cuya procedencia ignoro, comencé a decirme, decía, que yo podía hacer o resolver cualquier cosa que se pudiera hacer o resolver. Idea que se fue afianzando hasta dejarme sin ninguna duda, yo podría ser lo que me empeñara en ser. Un tiempo, no sé cuánto, después, me dije: coño, no, astronauta o médico nanay.

Lo de astronauta fue a raíz de mi ocurrencia de meterme en una atracción de feria, no sé si esto anda por ahí todavía, consistente en un círculo de 4 o 5 metros de diámetro y unos 3 de altura que giraba a gran velocidad para generar una fuerza centrífuga que dejaba pegado en la pared a todo el que allí se metiera. No sé cómo pude salir, fue algo horrible, horrible, horrible.

Y lo de médico no fue por ningún acontecer, sino por mi forma de ser. Convencido, como siempre he estado, de que nada se me podía resistir, el imaginar encontrarme con un enfermo incurable acabaría conmigo. No podría dormir, comer... Estaría las veinticuatro horas del día devanándome los sesos para encontrar la forma de curarle.

Bueno, pues ahora, lo que son las cosas, mi cabeza, que parece disfrutar trayéndome pensamientos que me quebranten, se ha empeñado en graduarme de españólogo, especialista en la atención médica de España. ¡Coño e su madre! Todo el día rompiéndome la cabeza. ¡Aggg!

Por supuesto, la patología está clara. El diagnóstico no ofrece ninguna dificultad: hipopatriotismo. Es decir, carencia de amor a la patria.

Lo sé, lo sé. Esto de patria y patriotismo hoy en día suena cursilísimo, pero, llamémoslo como lo llamemos, no es sino, simple y llanamente, amor, que me pare lógico, al país en que has nacido y en el que, durante más o menos tiempo has pacido.

Esta enfermedad tiene, tal como me parece a mí, al menos un ingrediente del amor verdadero: que se siente sin saber por qué realmente.

Yo, por ejemplo, viví cerca de treinta años en Venezuela y, en muchos aspectos, mucho mejor que en España, y regresé por imposición de las circunstancias. Sin embargo, en ningún momento dejé de querer a España, o de sentirme español e identificarme con todo lo que, me parece a mí, debería identificar este país. Por ejemplo, disfruto con los triunfos del Real Madrid, y, para mí, los españoles que, no siendo de Cataluña, disfrutan con los del Barcelona tienen, cuando menos, un gen atrofiado.

De manera que el diagnóstico lo tengo claro: hipopatriotismo. El remedio... ¡Coño! ¿Se puede curar? ¿Existe un tratamiento eficaz?

Bufff... Se puede. Hay tratamiento, complejo, muy difícil, pero lo hay.

La vaina es que requeriría más tiempo del que podría dedicar una generación de españoles.

Por qué lo veo tan dificultoso. Por una sencilla razón a la que ya he aludido más de una vez: el ser humano cada vez es más pasional y menos sentimental. Cada vez es más permisivo consigo mismo, con los antivalores que degradan, y detractor de los valores que enaltecen. Y, lógicamente, una vez cuesta abajo, sin frenos, a mayor velocidad cada día.

Como muestra, un botón: con impunidad se cargan nuestra nación.

De seguir así, en un plisplás ¡cataplás! Aquí, como en Venezuela los chavistas, solo podrán vivir los sanchistas.

España gobernada ¡de forma consentida! por entes malignos, ignorantes...

Me niego a creerlo, pero... Queriendo o sin querer, tengo que ser realista y creer.

Qué locura.

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