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La convivencia en los centros educativos

23 de Febrero del 2009 - Juan Ramón Bobes Díaz (Oviedo)

Desde hace un tiempo, en los colegios e institutos se vienen viviendo situaciones conflictivas que señalan una alteración de la convivencia como un fenómeno nuevo en sus formas que implica a padres, alumnos y profesorado.

No nos referimos exclusivamente a sucesos que a menudo aparecen en las noticias –que también, deseamos aludir a conflictos que quedan en la vida escolar sin publicidad de puertas afuera pero que socavan unos valores, unas normas y unas relaciones imprescindibles para conseguir los fines que la escuela persigue: faltas de respeto, contestaciones inadecuadas, daños al material escolar, incumplimiento de horarios, etcétera, provocando así que los tiempos en las aulas cada vez se dediquen menos a Matemáticas o Lengua y más y más a insistir en saber comportarse en y para con el grupo.

Estamos en unos tiempos en los que los docentes están en tierra de nadie, en medio del río, al albur de una sociedad que ensalza lo material –que a mi hijo no le falte de nada– y pone al final de la lista el cariño, la cercanía de padres, la cultura del esfuerzo y la satisfacción por lo bien hecho. A una orilla de ese río están las normas, la disciplina incontestable, y en la otra el «laissez faire, laissez passer». Las primeras dicen que pasadas de moda, las segundas disfrazadas en ocasiones de democracia, mediaciones y negociaciones, autoestima o libertad de la persona. Es preciso situarse en una u otra orilla, cualquier posición antes que quedarse en medio.

Otra cuestión íntimamente relacionada pudiera estar en que padre y madre trabajan fuera de casa, incluso con jornadas maratonianas con objeto de no renunciar a cuantos más mejor bienes materiales para sus hijos y para ellos mismos olvidando que esos mismos hijos necesitan más de otras cosas que no dan el dinero, el ordenador o el mp4, los viajes, el televisor de plasma, las extraescolares y todos los etcéteras que queramos. Basta con mirar los datos del número de horas que los niños se pasan solos viendo la televisión o chateando a cualquier hora o sabe Dios en qué otras distracciones.

A la escuela se le exige hoy que sea docente, educadora, padre, madre, previsora de conductas problemáticas en el área de la salud, terapeuta familiar, de pareja, guardería... Con apenas herramientas y con funciones que reiteradamente se ponen en tela de juicio.

Si a lo anterior añadimos el escaso valor social de los profesionales de la educación y una preparación de base realmente deficitaria para los retos señalados, no es extraño que los conflictos crezcan en las aulas. A nadie se le ocurre decirle a su médico, o a un abogado, o al fontanero, cómo tiene que hacer su trabajo que ésa es otra... Por no decir que ni siquiera hemos sabido sustituir la vocación por la profesionalización y en detrimento de ello algunos padres discuten vehementemente decisiones en las escuelas que tratan de mantener el cumplimiento de unas normas imprescindibles para cumplir los fines lógicos de toda organización.

Hay chicos y chicas que no están dispuestos a seguir unas normas, no están acostumbrados a que haya unas normas, no sólo en el instituto o en la escuela sino en su casa, en la calle... En definitiva, la convivencia en las escuelas no es todo lo deseable que se quisiera; por el contrario, es un espacio en el que el alumno o alumna debe permanecer seis horas diarias y en el que el profesor debe velar por el mantenimiento del orden y garantizar un modelo de enseñanza adecuado. Todo esto, unido al abandono de los padres de sus obligaciones educativas con los hijos, la desmotivación de los alumnos y la excesiva burocratización, está contribuyendo al deterioro de la convivencia en los centros, donde los insultos, las amenazas, las peleas, el rechazo, la marginación, etcétera se están convirtiendo en algo habitual.

Cada día se ve necesario y de una vez por todas repensar y consensuar unas reglas de juego claras desde una sociedad en cambio, unas reglas que recojan las virtudes del ser humano y no tanto los valores, pues éstos, al igual que el maestro –hermosa palabra– son rehenes de unos tiempos que anuncian cambios. Cada día es más necesario también repensar la formación de los profesionales que tienen en sus manos a nuestros hijos, para que sean capaces de afrontar perfiles diferentes. Cada día, al fin, es más necesario situar a los docentes en el lugar que les corresponde dándoles el reconocimiento social que se merecen. Nos jugamos el futuro. Merece la pena.

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