Peso invisible de la cuidadora
En el ámbito del cuidador familiar, las mujeres suelen asumir un papel protagónico, hijas, esposas, hermanas, rara vez nueras, cargan con la responsabilidad de cuidar a sus seres queridos mayores, especialmente cuando estos sufren enfermedades como alzhéimer y otras demencias.
Este cuidado implica largas jornadas atendiendo necesidades básicas como la alimentación, la higiene y la administración de medicamentos, además de saber bien manejar episodios de desorientación, ansiedad o agresividad, muy propios y comunes de estos trastornos, que siempre repercuten en la persona que le está cuidando y le atiende a todas las horas.
Pero esta labor no se detiene ahí, la mayoría de estas mujeres no solo cuidan, sino que también trabajan fuera de casa y realizan las tareas domésticas. Según diversos estudios, el 70% de estas personas cuidadoras de un familiar dependiente son mujeres y dedican más de 40 horas semanales a estas tareas, incluso algunas más, cuando se trata de cuidar a personas que, además de su deterioro cognitivo, tienen un carácter dominante y difícil de controlar, a menudo sin ningún apoyo.
El rol de cuidadora, cuando no se comparte ni se apoya, conlleva un estrés crónico que puede derivar en lo que se conoce como “síndrome del cuidador quemado”, que puede reportar síntomas de ansiedad, insomnio y agotamiento físico. Además, enfrentan un constante conflicto entre su vida profesional y personal, lo que las deja sin apenas tiempo para cuidar de sí mismas.
Este desgaste tiene consecuencias, incluso graves. Un estudio publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló que las cuidadoras de estas personas mayores y con deterioro cognitivo tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar problemas de salud, como hipertensión o enfermedades cardiovasculares, en comparación con quienes no asumen estas responsabilidades.
La carga emocional y física se suma la penalización económica, ya que la mayoría de ellas se ven obligadas a reducir su jornada laboral para dedicar más tiempo al cuidado de la persona mayor, lo que repercute directamente en sus ingresos y, a largo plazo, en su pensión de jubilación.
Esto crea una doble discriminación, pues no solo dedican años de su vida a un trabajo que para nada está remunerado, sino que también ven mermada su calidad de vida futura, por un sistema que no reconoce ni valora esta entrega.
Es indignante que en pleno siglo XXI los sistemas de pensiones penalicen a quienes cuidan de sus mayores, mayoritariamente mujeres, en lugar de brindarles compensaciones por el valor social incalculable de su labor, porque el cuidado de una persona mayor no es una tarea menor, implica una dedicación completa y ahorra al Estado miles de millones en servicios.
Urge implementar políticas públicas que reconozcan y respalden esta labor, con medidas esenciales, como el reconocimiento del trabajo de cuidado en el sistema de pensiones; ayudas económicas mucho más efectivas, no un porcentaje tan bajo como existe; fomentar desde la infancia la implicación de los hombres en estas tareas, que también son hijos y de paso sus respectivas esposas, pero como mínimo, sobre todo que a las cuidadoras de sus mayores no se les reduzca su pensión de jubilación.
Las cuidadoras no son heroínas, son seres humanos que necesitan apoyo, respeto y que el sistema no las abandone ni perjudique en su vejez, su jubilación.
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