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Nación, Estado y Constitución española

4 de Diciembre del 2024 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

Son muchos los enredos, confusiones e interpretaciones que suscitan las palabras “nación” y “estado”. La palabra “nación” hace referencia al mismo acto o hecho de nacer en un lugar dado, tradicionalmente, en la prosa y locuciones preliberales contemporáneas, se hablaba de “nación castellana”, “nación vizcaína”, “nación gallega”, incluso de una “gens astur hispaniae”, de la que hablan Plinio, Pomponio Mela y Estrabón. Lo que importa, hoy, es convivir en civismo.

La nación catalana llegó a ser proclamada por Macià dentro de una vaga confederación de pueblos ibéricos en la Segunda República Española. Las naciones tienen una vida biológica, han existido Livonia, Curlandia, Rutenia, Checoslovaquia y Yugoeslavia, Batavia, Buganda, kanatos. España, global imperio español aparte, no ha variado sus fronteras en más de medio milenio. Cataluña, de fuerte identidad propia, es un crisol de españoles y gentes de todas partes.

“Las naciones” estaban representadas bien en las universidades medievales, en los gremios de constructores, en la afluencia de gentes de todas partes en su peregrinaje a Santiago de Compostela o en Cortes medievales de tipo confederado o polisinodial. En el imperio español.

En la misma Francia no fue exactamente lo mismo la “nación gálica” que la de Languedoc. Qué decir de galeses o escoceses, irlandeses gaélicos frente a anglosajones y normandos britanizados.

El mundo era medieval, sometido a constantes invasiones y oscilaciones territoriales, muy fragmentado y dividido en señoríos, principados, ducados, margraves y reinos, palatinados y mundos ignotos fuera del limes de la urbs, etnias tribales como los iroqueses o los de Vanuatu. Eran ante todo rurales, con malas comunicaciones, la gente vivía aislada en valles o islas, solía mantener relaciones hostiles con los vecinos de la aldea contigua. Es el estado contemporáneo el que crea la Nación en un sentido contemporáneo, a través de una formación ideológica cohesionadora, unos funcionarios, una administración de justicia, un ejército permanente, unos sistemas públicos, unos regidores, obras públicas expansivas, un mercado interior donde concurren territorios diversos y se forma una burguesía nacional, un concepto generoso y liberal, universal de ciudadanía, esto es, de garantía de vivir todos en un régimen de libertad e igualdad, bajo leyes comunes, extinguiéndose señoríos y regímenes de servidumbre feudal, atavismos puramente etnicistas o muy particularistas, superados por la urbanidad, el civismo , el concepto de civilización e intercambio fluido entre originales de distintos territorios que se funden, mezclan e intercambian ideas, mercadurías y relaciones en una unidad territorial mucho más evolucionada, donde las fronteras interiores, idiomáticas y arancelarias dan lugar a un estado-nación abierto, a un mercado nacional, a una “construcción nacional” de tipo estatal.

España es un estado democrático contemporáneo constitucional. El estado nace en un sentido moderno en España, con los Reyes Católicos, aunque no fuera más que la unión de las dos coronas, Castilla y Aragón, en la Francia renacentista y, posteriormente, absolutista, de Luis XIV, en la Inglaterra de Enrique VIII y posteriormente isabelina, después con el Acta de Unión de Escocia en 1707 y la formación del Reino Unido.

La Revolución francesa crea la era contemporánea y el estado contemporáneo, los mecanismos para una construcción nacional ciudadana, a través de declaración de derechos universales y ciudadanos, hubo conflictos cruentos y guerras, pero el estado-nación nace ahí.

En España es bastante evidente que hay diversos rasgos culturales regionales, pero se han dado diversos intentos de “nacionalización estatal” que han conseguido formar un estado constitucional liberal-democrático avanzado y social, un Estado de las autonomías, donde “la soberanía reside en el pueblo español” y la forma de estado es una monarquía española parlamentaria. Que los rasgos culturales territoriales normales, manipulados tan artera como románticamente, las barreras idiomáticas y los nacionalismos anticentralistas den la batallas y hayan luchado siempre por nacionalismos culturales y anticentralistas es una realidad, a veces chocante y conflictiva, pero esto entra dentro del pluralismo no solo ideológico, sino también cultural y descentralizado. “España” es realidad rastreable en la Hispania romana, en San Isidoro de Sevilla, en los “hispani” de la Marca Hispánica, en el neogoticismo asturiano, en el emperador Alfonso VI de León y Castilla, Alfonso X el Sabio, Compromiso de Caspe. En la historia de Mariana, Modesto Lafuente, en Maeztu, Azaña, Pemán, Felipe González.

Nuestra Constitución de 1978 afirma la “unidad indivisible de la nación española” como unión de ciudadanos libres e Iguales, con iguales derechos y obligaciones en todas las partes del territorio nacional. Naciones, puede haber muchas, pero la soberanía, es decir el ordenamiento jurídico legítimo, sigue residiendo en el “pueblo español”, en su conjunto plural. Ahora se habla de la “Constitución en sentido líquido”, es decir, sin pervertir su sentido vinculante de norma suprema y jerárquica, tratar de que su aplicación se acomode, sin trabas, a circunstancias de pura conveniencia política, saltándonos la voluntad de los legisladores del 78, que elaboraron la Carta Magna con otra mentalidad y para generaciones pasadas. Esto es gravoso en cuanto supone quebranto del Estado social y democrático de derecho y la falta total de ajuste a los preceptivos mecanismos de reforma constitucional establecidos. Decir “Constitución” es decir democracia en libertad, igualdad, monarquía parlamentaria, órgano que encarna valores de representación de la Jefatura estatal, de continuidad de nuestra comunidad histórica a escala internacional.

Garantismo y respeto por todos, en el marco de la Unión Europea, ordenamiento jurídico que es también ordenamiento interno español.

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