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El Jabato y el Capitán Trueno en 1960

7 de Diciembre del 2024 - Fernando Vijande Fernández (Castropol)

Cuando yo era pequeño, mi madre iba todos los sábados en bicicleta desde Vilavedelle al mercado de A Veiga con una docena de huevos para vender y el dinero que sacaba le servía para traer 100 gramos de café y un kilo de azúcar, no necesitábamos nada más, pues teníamos unto, patatas y algo de tocino para el caldo.(¡Qué felices éramos!).

Con el dinero que le sobraba nos traía alquilados unos tebeos del Jabato y del Capitán Trueno de casa Toni, junto al puente del río Suarón a la entrada d’A Veiga.

El Jabato era un campesino español que se rebelaba contra los romanos y tenía de compañero a un forzudo llamado Taurus y algunas veces le llamaban tragaldabas. También tenía de compañero a Fideo de Mileto, un poeta muy delgado que componía versos y tocaba muy mal la lira y siempre iba con una corona de laurel en la cabeza.

El Jabato tenía una novia que se llamaba Claudia y era hija de un senador romano, era morena, muy guapa y siempre estaba dentro del pensamiento del Jabato.

En mi casa nos juntábamos una pandilla de amigos y uniendo las cabezas llenas de piojos leíamos las aventuras de este íbero que luchaba contra la esclavitud y quería ser libre en una España donde la libertad brillaba por su ausencia.

En mi pueblo vivió un tal Bautista, que en 1936 cuando se declaró la Guerra Civil se unió al maquis en el monte y estuvo varios años viviendo escondido y solamente lo cogieron cuando un vecino de Vegadeo utilizó a su hermana como cebo y se entregó a la Guardia Civil tirando la pistola para no herir a su hermana. Fue condenado a varios años de cárcel aunque los delitos que había cometido eran estar en contra de Franco.

Bueno, pues siguiendo el ansia de libertad de Bautista y del Jabato fabricamos unas espadas de madera y unos escudos con unas “rodelas” abandonadas en un caseto que tenía mi padre de taller de carpintería e imitábamos al Jabato y al que le tocaba ser el héroe elegía a su amada Claudia entre las niñas del pueblo. Estuvimos repasando todas las niñas y había una llamada María Sinforosa, que encajaba con el personaje pero no sabíamos cómo meterla dentro del pensamiento del que hacía del Jabato, así que discurrimos poner su nombre en un pañuelo y atarlo en la cabeza que era lo más cerca que estaba del pensamiento, aunque tuvimos que recortarle un poco el nombre (María Osa).

Unos años antes de aparecer las aventuras del Jabato se publicaron también los tebeos del Capitán Trueno.

Este Capitán Trueno luchaba contra los moros del Islam y junto con los cruzados los vencía y los convertía al catolicismo, que para eso los españoles éramos la reserva espiritual de Occidente.

El Capitán Trueno tenía de amigos a Goliat, el Cascanueces, que era muy fuerte y tragaldabas, pues comía mucho. También aparecía Crispín, un príncipe huérfano y adoptado por el Capitán Trueno y del cual se enamoraban las chicas jóvenes.

El amor del Capitán Trueno era una reina nórdica, Sigrid de Thule, que lo acompañaba en algunos episodios.

Buscamos entre las niñas una que se semejase a Sigrid de Thule y rubias había pocas, solo una, Celerina, de casa del Sol, y aunque su constitución no era la de la reina de Thule nos sirvió para que nuestros pensamientos e imaginaciones se hicieran realidad.

Estas mujeres de los tebeos de los años sesenta reflejaban a una mujer independiente y aunque enamoradas no seguían el dictado de su amado. Eran independientes y más de una vez los salvaban a ellos de los peligros que corrían en sus aventuras.

Yo creo que el guionista de estos tebeos les colaba a los censores del régimen de Franco unos cuantos goles porque hasta muchos años después no se materializaron estas situaciones de independencia de las mujeres. Todas tenían sus trabajos y, qué curioso, ninguna se casaba con el héroe.

Os imagináis cuántas mujeres trabajaban fuera de casa en esa época en la cual la mujer era dependiente total del hombre.

Yo creo que algo hemos cambiado.

¿O no? No lo sé.

¿Cariño, te importaría plancharme la camisa? Es que a mí el cuello se me resiste, me quedan arrugas.

Dile que no, tonta, que lo planche él, que las mujeres no nacemos con una plancha en la cabeza.

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