Gloria al difunto
No sé porqué extraña razón se ha generalizado la costumbre de atribuir a los difuntos más méritos de los que realmente han manifestado en vida, olvidando sus defectos y magnificando sus virtudes; aunque también existen excepciones en las que, habiendo pasado por este mundo prácticamente de incognito, han tenido que morirse para que fueran reconocidos sus merecimientos. También existe la práctica, muy habitual en la política, de ensalzar la labor realizada, fuera la que fuere, por aquel que ya se considera amortizado y se quiere apartar de la vida pública, destinándole a una especie de cementerio viviente como cadáver político.
La convención autonómica (más bien mitin de polideportivo), celebrada por el PSOE el pasado fin de semana en Zaragoza, en la que, lamentablemente, se dedicó más tiempo en alabar y bendecir a ZP, haciéndole objeto de todo tipo de alharacas, con pompáticos discursos de todos los prebostes allí reunidos, que a tratar los problemas particulares de las CCAA y los generales del país, que, por cierto, son muchos y graves, demuestra, una vez más, la falta de sensibilidad de esta clase política dirigente, cada vez más alejada y desconectada de las preocupaciones y dificultades reales por las que están pasando los ciudadanos, al tiempo que aumenta el clamor por un urgente cambio de rumbo.
El trato recibido por Zapatero, como estrella mediática del partido, en un momento en que internamente se está cuestionando seriamente su continuidad y en el que, no pocos, están convencidos de que ha pasado a ser un problema en lugar de una solución, suena a epitafio; no a un hasta luego, sino a un adiós para siempre. La ambigüedad del personaje sobre la decisión de presentarse como cabeza de lista a las próximas generales, habiendo dado a entender que ya lo ha dado a conocer a personas de su confianza, no ha hecho más que sembrar el desconcierto entre sus correligionarios, favoreciendo las especulaciones e iniciando una guerra larvada por la sucesión, que, sin duda, está provocando la desafección de muchos militantes y simpatizantes. La declaración de que hay que anteponer el interés general al del partido, cuando él mismo, con su postura, es causa y efecto del problema, no deja de ser un intento de buscar un titular de primera plana, dentro de los apócrifos discursos a los que nos tiene acostumbrados.
Si todo lo que puede ofrecer el partido que en este momento detenta el poder en España, para encauzar el rumbo de la nación, es lo que se ha visto y oído en Zaragoza, empecemos a pensar que la solución, aunque tendrá que llegar, no está, precisamente, a la vuelta de la esquina.
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