Desde mi búnker

7 de Febrero del 2011 - Ramón Esteban González (Luarca)

Desde el 2 de enero vivo sin vivir en mí, fumador empedernido, refugiado en el último reducto posible, tras la rotunda negativa de la parienta para encender un cigarrillo en casa y la seria advertencia de mi quisquillosa vecina de fumar el próximo en el patio de Villabona si vuelvo a ahumar la ropa puesta a secar en su terraza.

Sólo me mantiene vivo la ilusión de que, por fin, me siento ciudadano de pleno derecho de esta unida Europa, y ya podré viajar por ella en clase preferente; se acabó el vagón de cola.

Cierto que debimos sufrir muchos sacrificios y ajustes de los diversos gobiernos de la nación para lograr equipararnos a la media de la ciudadanía europea. Pero, gracias a ellos, ya no envidiamos sus salarios y rentas per cápita, el pleno empleo y la protección a los más desfavorecidos de la sociedad –pensionistas y parados–, gozamos de un sistema fiscal justo y progresivo y, todo ello, justo es mencionarlo, gracias al esfuerzo conjunto y responsable, aun a costa de reducir sus beneficios, de entidades bancarias y financieras, acuerdos solidarios entre empresarios y sindicatos y la reducción del gasto público –congelación de salarios de altos cargos, ex ministros y consejeros de diversas administraciones–, que han causado la admiración de nuestros socios europeos.

Pero faltaba algo, y la ministra del ramo emprendió la audaz medida –siempre velando por nuestra salud y bienestar– de reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera, que ya triplicaban lo acordado en Kioto. Se acabó el fumar. Hasta aquí hemos llegado.

Con esta medida se espera lograr, a corto plazo, la reducción de defunciones –en especial de los fumadores pasivos–, el ahorro sanitario, el aumento de abortos y hasta el número de divorcios, consecuencia de tan execrable vicio. A su vez, descenderán los accidentes de circulación, originados por fumar al volante, y nuestros cielos volverán a ser nítidos y puros.

Ya no será necesario salir al campo para respirar aire puro.

De todos modos, se avisa de sucesivas medidas restrictivas: aceras para fumadores y para no fumadores en las vías públicas y, a no tardar, bonos que darán derecho a contaminar –con precios disuasorios, de venta en los estancos, al adquirir la correspondiente cajetilla–, medidas de dejarán en pañales a las que se hallan en vigor en algunos países integristas islámicos.

Este apestoso fumador –y, a la vez, conductor pasivo– aguarda impaciente, desde su refugio, que al igual que sucedió con la exitosa implantación de la moneda única europea se acuerde ahora un idioma común europeo –ICE–, que tenga la virtud de definir cada vocablo por su significado real. Me temo que deberé omitir el que me inspira el decreto de la ministra Pajín.

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