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El amigo Riopedre

2 de Febrero del 2011 - Ana Bernardo Jiménez (Oviedo)

En «El sueño del celta», la última novela del reciente premio Nobel Mario Vargas Llosa, en la página 367 se puede leer: «en política los sentimientos no importaban, solo los intereses y las conveniencias».

Al ver la reacción del Partido Socialista cuando se tuvo conocimiento de la detención de José Luis Iglesias Riopedre, me vino a la cabeza la citada frase.

Qué prisas, qué diligencia en tomar la decisión de suspenderle de militancia, dejando a un lado la presunción de inocencia tantas veces invocada en otras ocasiones, olvidando su demostrada lucha en defensa de las libertades cuando los tiempos eran verdaderamente complicados, ignorando sus múltiples cualidades humanas y profesionales.

Sin embargo a mí me sucedió lo contrario. Cuando, a mil kilómetros de distancia me enteré, a través de la radio, de la detención de José Luis no solo me quedé perpleja y confundida, como muchos otros, sino que lamenté no poder hacer nada por demostrarle mi apoyo y amistad, a él y a su mujer, en los momentos tan duros que a buen seguro estaban pasando.

Tiene que haber algo muy gordo detrás de la detención para que el amigo José Luis, con 70 años cumplidos y una salud muy delicada, haya sido enviado a prisión. Tiene que ser algo tremendo, pero a mí no se me ocurre qué podrá ser. Los que le conocemos y sabemos algo de su vida no nos imaginamos al filósofo austero y despistado maquinando maniobras financieras para poder disfrutar de una merecida jubilación entre las paredes de Villabona. Por eso estamos deseando que se levante el secreto del sumario y poder así descifrar el misterio que a mí personalmente me quita el sueño.

Vivimos en una sociedad en la que el cinismo es una de las cualidades más extendidas. Nos escandalizamos, criticamos y condenamos a priori sintiéndonos libres de pecado y estando dispuestos a tirar la primera piedra. Eso sí, después de pedir una recomendación para cualquier cosa, o de codearnos con antiguos cargos públicos que se enriquecieron repentinamente coincidiendo con la «operación Cinturón Verde», o alabando la capacidad de algún yernísimo que pasó de tener un sueldecillo del partido a codearse con la jet en Abu Dabi, o apoyando a algún alto cargo en la Comunidad Valenciana al que le toca repetidamente la lotería, o admirando a los inventores de algún parque temático en el Levante que, fracasando como negocio, enriqueció a unos pocos. Hay determinadas conductas que dependiendo de quién vengan merecen o no una investigación.

Lo que más lamento es que no haya en cada rincón de España jueces tan diligentes y concienzudos como tenemos en Asturias, pero en el fondo igual es mejor porque de ser todos así probablemente la mitad de la población española estaría entre rejas y no quedaría quien pudiera cotizar, con lo que habría que seguir trabajando hasta más allá de los 80 años para tener derecho a la pensión de jubilación.

Espero y deseo que este mal sueño termine pronto para José Luis. Hay miles de personas callejeando a diario por nuestras calles, militando en las más variadas organizaciones políticas, sindicales o religiosas; dirigiendo entidades, empresas u organizaciones; trabajando, en el paro o jubilados, que no le llegan a la suela del zapato. Y pase lo que pase, termine este asunto como termine, yo siempre le tendré entre mis amigos.

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