La Escuela de Los Víos (Grado)
Desde el primer día sospeché que aquella carretera serpenteante, que discurre entre colinas y minúsculos valles frondosos, no podía conducir a otro lugar que no fuera el país de la magia. Curva tras curva, se trata de persuadir al viajero ocasional para que no se equivoque, pues si se adentra en Alfoz de Salceo, ya nada será habitual. Y si aun así se aventura algunos kilómetros después de San Pedro (Grado), hay veces que las carreteras se transforman en caminos llenos de baches y, como el pasado sábado, desembocan en una celebración inesperada.
Asomada a un pequeño abismo de prados y veredas, la Escuela de Los Víos madrugó, nerviosa, acicalada de cintura para arriba, esperando por todos sus invitados. Tras haber sido rehabilitada su planta superior, se celebraba su inauguración.
Soplaba un viento helado cuando alrededor de la una y media de la tarde llegaron las últimas personalidades y se cerró la puerta. Habló la presidenta de la asociación Alfoz. No podría repetir sus palabras. Lo que empezó siendo un siseo apenas audible se hizo una algarabía de risas infantiles, golpes de pupitre, ruidos de lápices cayéndose, canciones con los ríos de España, una coral interpretando la tabla del siete y, por último, doy fe de que se escuchó «La sinfonía para tiza y pizarrín» con sus tres movimientos. El desconcierto fue total. Pero entonces se escuchó la voz del maestro. El señor Orviz habló de la memoria de los pueblos que la escuela había resguardado celosamente durante todos estos años de abandono, y de toda la buena gente que había comenzado el largo y maravilloso camino de aprender entre aquellas paredes, y mientras él hablaba, el señor alcalde de Grado; Victoria, la concejala de Cultura; Patallo, Ana Álvarez, Trabanco y todos los que allí nos encontrábamos, al igual que Alicia en el País de las Maravillas, nos hacíamos pequeños y asentíamos.
Si es verdad que había representación de distintos partidos políticos del Consistorio moscón, no es menos verdad que todos, sin excepción, habían puesto su granito de arena para que la Escuela de Los Víos no se derrumbara.
Después, alrededor de una mesa llena de manjares caseros, comimos como una gran familia felicitándonos por un trabajo bien hecho y convinimos en que este año, para Reyes, nos pediríamos una pizarra.
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