Destruir para construir
Cada día al escuchar conversaciones en el trabajo, en la cafetería en tu propia casa... salta mi alarma detectora de comentarios y tratos machistas. La violencia contra la mujer es una herida abierta. Se han logrado avances importantes en términos de legislación, políticas y concienciación. Pero las semillas de este problema persisten en los lugares menos evidentes y señalados, nuestras actitudes, expresiones y palabras cotidianas. Es fácil señalar al agresor explícito, pero más difícil y necesario es reconocer las formas sutiles de violencia.
La violencia contra la mujer no comienza con un golpe, sino con una mirada que la hace pequeña, una broma que denigra, un comentario que invalida. Crece en un entorno que tolera el lenguaje sexista y se alimenta de actitudes aprendidas que normalizan la desigualdad.
Revisar nuestras palabras y actitudes es también responsabilizarnos de ellas. No es un ejercicio cómodo, pero es esencial avanzar hacia la igualdad.
El cambio empieza hoy, en nuestras palabras, en nuestras acciones y, sobre todo, en nuestras intenciones.
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