Carter

1 de Enero del 2025 - Antonio Parra Galindo (Cuideiru)

Jimmy Who. Yo conté para los españoles lectores de la Prensa de Movimiento la era Carter y cerré la tienda.

En el invierno del 76, cuando aterricé en el Jumbo de Iberia era el día de San Andrés, 30 de noviembre, y había caído una espesa nevada. Todo me pareció distinto y grandioso al propio tiempo.

América, como Rusia, es un enigma que traté de reflejar en el espejo ustorio de mis crónicas. Siempre he escrito a cien por hora y el primer golpe de vista es el que vale. Yo venía de cubrir la corresponsalía de Londres acostumbrado a la elegancia british, a la niebla londinense, al hablar pulido y elegante usando el understatement, pero los americanos utilizan una jerga directa y agresiva.

La mala leche, la peor educación, puede formar parte de su código de valores. Hay que ir al grano. Nice guys dont last in this city. Las buenas personas duran poco en Nueva York. Era un adagio.

Inocente de mí, Nueva York me pareció una ciudad de paletos pero me curtió. Las palabras que escuché nada más llegar con más frecuencia en la jerga neoyorquina: dollar, shit, fuck y motherfucker. Creo que mi buena estrella o un hada me ayudó a sobrevivir en el marasmo.

Carter Jimmy Who era un manisero de Georgia. Un buen chaval, que había servido en la Marina a las órdenes del general Rickover, el jefe de la flota de submarinos nucleares que acabó aborreciendo la guerra atómica, y eso lo marcó.

La prensa lo trataba a batacazos, pero a mí me gustaba la congruencia de su lenguaje, el amor que tenía a su mujer, Rosalyn; a su madre, una lady sureña de armas tomar, y a su hija la pequeña, Amy, que era la alegría de la Casa Blanca y una mina de oro para la prensa de cejas bajas como el "New York Post" por su ingenuidad pueblerina.

La verdad es que Jimmy Carter tenía el aire un poco de paleto. Su ferviente cristianismo, todos los domingos asistía a los servicios religiosos de su iglesia bautista, encajaba poco con un Washington donde dominaban la masonería y los sionistas. Era un fuera de serie, Last of the breed. El último de una generación. Yo adiviné el cambio que sobrevendría y de este sentimiento de culpa de una era que se acaba algo melancólico revestí el tono de los despachos que enviaba a Madrid desde la ONU o desde el Telex de mi casa.

Su administración evitó una guerra nuclear porque la Rusia de Breznev no era la de Putin y en las radios de Nueva York se emitían periódicamente simulacros de alarma y de alerta nuclear.

En cierta ocasión yo di en la diana y estuve a punto de ser expulsado de Estado Unidos cuando escribí que los artilleros de costa habían derribado un misil ruso que fue a parar a las parameras del Canadá.

Rectifiqué y Dios me ayudó a salir el paso porque me daban quince días para regresar a Madrid. Tuve por valedor a un judío, Mr. Stricker, que me quería mucho. Otro hebreo, Sam, que era de la CIA, me ayudó a sacar el carné de conducir y aún le estoy debiendo los cincuenta dólares.

Aparte de la crisis de los rehenes (los americanos cometieron un error mayúsculo derribando al sha Rezas Pavlei y manejando el regreso a Teherán de Jomeini).

Otro error fue el derribo de Somoza, un amigo de los norteamericanos al que dejaron en la estacada. Pero sobre todo si valúo aquella época con la perspectiva que dan las décadas, fue que allí se fraguó y orquestó la democracia.

Carrillo vino a dar una conferencia en Columbia, a Felipe González le escuché dando una charla que fue una paulina y cuando un meritorio que fungía como corresponsal del "Informaciones" le preguntó que qué iba a ser de la Prensa del Movimiento el gran Filipo repuso rotundo: la privatizaremos, la venderemos.

Me llenó de furia aquel dictamen y en la última crónica que remití desde la ciudad de los rascacielos tildé de hipócrita a nuestro gobierno, aquel doble juego, y mandé unas fotos de don Juan de Borbón, que había aterrizado en Laguardia algo piripi. Se habían metido entre él y su acompañante una botella de güisqui entre pecho y espalda durante el vuelo.

¿A qué viene su alteza? Le preguntamos. A jugar al golf. Y no venía a jugar solo al golf. Venía a algo más. Venía a entregar a España a los yanquis.

Me cupo el honor de cerrar la tienda y pertenecer a la lista de grandes colegas corresponsales de "Arriba" y otros medios en que habían ejercido: Blanco Tobio, Tuy Bueno, Celso Collazo, Félix Ortega, Jesús Hermida, Josemari Carrascal, etcétera.

Hace unos días murió Jimmy Carter y yo sigo haciéndome la misma pregunta que entonces: My name is Jimmy Carter... Jimmy Who?

Nunca sabremos a ciencia cierta quien era este hombre epígono del sueño americano que se ha ido después de cumplir cien años. ¿Sueño o pesadilla? Un enigma porque lo que viene me paree inquietante. Trump es la trompa de Eustaquio. ¿Se liará a trompazos?

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