La Nueva España » Cartas de los lectores » Humano, demasiado humano

Humano, demasiado humano

16 de Febrero del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Nos informa LA NUEVA ESPAÑA (15-01-11) de que la beatificación de Juan Pablo II tiene ya fecha asignada. Me son del todo ajenas las fobias que ese Papa despierta en los ambientes progres. Si con su apoyo a Solidarnosc contribuyó decisivamente al derrumbe del «socialismo real» en los países del Este, habrá prestado un servicio impagable a la libertad. Fue un hombre valiente y admirable en muchos aspectos. Nunca diría, pues, que no es santo de mi devoción. Ocurre, sin embargo, que su Pontificado coincide con el desarrollo del «caso Maciel», uno de los más escandalosos de los últimos tiempos en la historia de la Iglesia, y esa desgraciada coincidencia se me antoja incompatible con la «santificación» oficial de Juan Pablo II.

Marcial Maciel Degollado (que con ese nombre ya sugiere un personaje del realismo mágico) fue un impostor de muy altos vuelos («falso profeta», le llama Benedicto XVI) que llevó una vida más que doble, de sexo, droga y dineros, al tiempo que fundaba congregaciones y tenía muy francas entradas y salidas en los más altos dicasterios romanos. El director de la oficina de prensa de la Santa Sede, monseñor Lombardi, sale al paso de los que acusan a Juan Pablo II de haber encubierto a Maciel. Pero, hombre, monseñor, si el Papa hubiese encubierto a Maciel no sólo no sería santo, es que sería un grandísimo pecador. Ahora bien, si al más modesto alcalde se le exige responsabilidad «in vigilando e in elligendo», ¿cesa esa responsabilidad en el Papa, supremo vigía de la Iglesia y elector soberano de sus colaboradores? El esperpento Maciel es impensable sin una trama de eclesiásticos embobados o encanallados. ¿Es compatible ese estado de cosas no ya con la santidad, sino con el buen gobierno? Poco ayuda Dios a los santos si a un Papa que nos dicen que lo es le mete su equipo goles tan clamorosos en la propia puerta. El abogado del diablo podría haber argüido que el milagro más llamativo del presunto santo era que no se hubiera enterado de que tenía a un falso profeta deambulando tan campante por los palacios apostólicos. El escándalo Maciel contamina los ambientes vaticanos con un relente con el que no debería mezclarse el olor a santidad.

La denuncia de la injusticia social por este Papa fue insistente y apasionadamente sincera. No faltan, sin embargo, en su trayectoria contrastes no necesariamente edificantes. La reprimenda pública al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal por su participación en el Gobierno sandinista no se vio compensada por un reconocimiento del martirio de monseñor Romero, un obispo de ideas conservadoras conmovido hasta los tuétanos por la miseria del pueblo y asesinado, mientras celebraba misa, por sicarios de la oligarquía salvadoreña. El rigor sin contemplaciones aplicado a Hans Küng o a Leonardo Boff proyecta una luz tanto más cruda sobre la benevolencia que arropó a Maciel hasta el final, y a quien el mismo Papa (entristece recordarlo) llegó a proponer como «maestro de jóvenes» (una cosa es ser infalible y otra meterla hasta el corvejón). Esos profesores no por franquear la línea roja de la ortodoxia dejaban de ser hombres de honor, mientras que el adefesio Maciel es una vergüenza no sólo para la institución eclesiástica, sino para la comunidad humana.

Gestos tan descompensados mal se compadecen con la ponderación que, siendo meollo de la justicia, tendría que serlo también de la santidad, si sigue siendo verdad que la gracia no elimina la naturaleza, sino que la perfecciona. Para los judíos la santidad es atributo divino que apenas de refilón roza lo humano; las burocracias romanas la manejan, en cambio, con un producto al por mayor, como si tuvieran santidad para dar y tomar. Porque puede tener gracia que las monarquías de este mundo se hagan tratar de «graciosa majestad», pero que a los papas la santidad se la otorgue el protocolo es por lo menos de dudoso gusto. O que llamen Santa Sede a una administración en la que, como en cualquier gobierno terrenal, por cada varón prudente y virtuoso habrá su docena de monseñores intrigantes y ambiciosos, siempre prestos a poner la zancadilla para alzarse con la nunciatura de postín. Uno se siente en esto más cercano a judíos y a protestantes que al catolicismo romano (en esto y en algunas cosas más). Stendhal, ateo confeso, escribe en «Promenades dans Rome» que ninguna dinastía puede presentar una lista tan honorable como la de los sucesores de Pedro en los últimos cuatro siglos. Tanto mejor, pero de ahí a canonizarlos en serie media un anchuroso espacio en el que los historiadores deberían trabajar sin prisa y sin pasión para una valoración más modulada de los pontificados.

Ramón Alonso Nieda

Arriondas

Cartas

Número de cartas: 45931

Número de cartas en Septiembre: 35

Tribunas

Número de tribunas: 2081

Número de tribunas en Septiembre: 3

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador