Eutiquio Menéndez, In Memoriam.
El 9 de febrero, a las 9 de la noche en la habitación 307 del hospital de Oviedo terminaba la vida de un gran hombre. En todo esto que antecede hay un juego de números que a él le habría dado que pensar. Eutiquio fue para mi más que un amigo; fue un continuo de orden y ejemplo en mi vida, un espejo donde mirarme, un precioso tesoro de sabiduría y comprensión. Ahora que ya no está es muy difícil sintetizar en una cuartilla todo lo que podría decir sobre él, no obstante pretendo ser breve pues lo que sigue no admite recortes. Aunque tarde como casi siempre ocurre, quiero dejar por escrito que siempre le tuve un enorme cariño y quiero hacerlo en las hojas del diario del que era un asiduo y minucioso lector. Me reconforta saber que nuestro cariño, el de mi familia, le había llegado de verdad. Se que fue consciente de lo importante que era para nosotros. En su última tarde le envié un mensaje pidiéndole que volviese pronto a casa pues las cosas por aquí no eran lo mismo sin él y estábamos esperando volverle a ver. No éramos conscientes de la gravedad de su estado. Hacía varias semanas que no le veía y esto me entristece aún más. Nuestra relación de 37 años, los míos, se distinguió por el respeto, la sinceridad y la transparencia. Mis recuerdos lejanos de infancia tienen cientos de matices en los que se reconoce su huella; le dio color y sentido a muchas de mis inquietudes. Los sueños de un niño en manos de un adulto con su calidad humana hacían que todas las cosas cobrasen un sentido especial. Tantas veces nos recreamos en largas charlas de las cuales sacar alguna conclusión, o, como un juego inventado por él, dejábamos deliberadamente incógnitas pendientes para reflexionar sobre ellas y tras unos días, volver a la carga... Pero nuestros pensamientos rozaban las estrellas y todo lo que veíamos allá arriba no siempre nos llevaba a una respuesta. Le dimos vueltas a los más insospechados misterios que tanto nos fascinaban y en los que aparentemente nadie se detenía. La naturaleza en sí era un gran misterio que me mostraba a cada paso. Le agradezco muchas cosas, entre ellas el amor a lo que nos rodea, a la naturaleza admirable que nos ve pasar. Ahora cuando observo los tejos plantados en el jardín sé que fueron testigos de nuestra amistad y lo serán por mucho tiempo. Los recuerdos de la Devesa se suceden en mi memoria sin cesar; allí le acompañamos, unos primero y luego otros, en aquellas inolvidables tardes. El agua fresca, los pájaros que nos enseñó a reconocer y proteger, el misterio de las plantas... escuchamos el murmullo de todo aquello que entró directo en vena hacia las emociones más preciosas que se pueden guardar. Con él todo era magia. Ensoñaciones de fantasmas como los que yo veía asomar en la oscuridad interior de la Devesa, hubo de sacármelos de la cabeza llevándome al lugar donde los había visto y haciéndome comprender que no existían. Los billetes alemanes, la caja de monedas, los bonsáis en el camino su voz llamándome en la escalera pocos saben de todo ello. Recuerdo y recordaré aún más durante los próximos días las reflexiones sobre la vida y la muerte que compartimos. Después de que él se ha ido, el misterio sigue aquí, al lado del dolor que ronda nuestras casas.
Siempre estuvo presente y el tiempo parecía detenido, pensamos que nunca llegaría el final y no lo esperábamos. Con sus aires renovados, encajaba tan perfectamente entre todos nosotros que, era uno más. Se que no estaba preparado para el final porque su espíritu joven y sus ganas de vivir eran enormes. Cuando pensaba en él y le imaginaba en el hospital podía sentirle como un pajarillo frágil e indefenso atrapado en una jaula horrible que le impedía salir a volar. Allí no era ya dueño de su preciosa libertad.
Querido amigo, hoy lloro por ti. En tu partida dejas un vacío frío y enorme pero te aseguro que el recuerdo será imborrable. Espero que hayas escogido una estrella hermosa para contemplar la inmensidad y que tu preciosa magia siga en expansión donde quiera que te encuentres. De corazón.
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