¿Quién asesora al Papa?
Tengo que felicitar a Ciudad Rodrigo por el magnífico obispo que les ha tocado desde la quiniela de los puestos episcopales. Hoy, en una sociedad tan poco dada a las razones o cuestiones de Iglesia, contagiada por un amasijo de posiciones anticlericales, yo pienso, desde mi más profunda ignorancia, que se debería afinar un poco más en la elección de estos puestos. Queda mucho por mostrar, recuperar y construir en el mundo que nos toca vivir, labor que, con criterio y gran preparación, ya ejerció, y muy bien, don Raúl Berzosa desde su misión en Oviedo.
Ya me gustaría contar en nuestra diócesis con un obispo como don Raúl, tan preparado, cercano, y, Dios me libre, pues no quiero menospreciar el ejercicio del actual don Jesús Sanz Montes, a quien por su palabra y sus obras conoceremos con el tiempo.
Pero yo me pregunto: ¿quién asesora al Papa Benedicto XVI para que señale tales puestos?, ¿cómo se designan?, ¿con qué criterios? En política, la crítica se torna ofensa y descalificación, en el mundo civil laboral se puede atropellar o pisar al compañero si ello conlleva un reconocimiento laboral. No quisiera pensar que haya un exceso de juicios valorativos por la condición humana también dentro de la Iglesia. No están los tiempos para esto.
Ciudad Rodrigo me consta que tiene 45.000 habitantes, de los cuales 44.500 son católicos; 80 sacerdotes, 139 religiosas y 121 parroquias –datos del Anuario Pontificio de 2007–. Se ha dicho que en la diócesis salmantina todo cambio de obispo causa un significativo estremecimiento entre sus feligreses (LA NUEVA ESPAÑA), yo animo a éstos felicitándolos, ¡vais a contar con una gran persona!, os va a asesorar, enriquecer y complementar mucho en vuestro andar. Aprovechad y mucho su patrimonio intelectual, su discreción y su humildad.
Es en el seno de la Iglesia donde o sí o sí hay que practicar y ejercer la humildad y la obediencia. Don Raúl dará buen ejemplo de ello y comprobaréis sus ingredientes personales, sus grandes valores, la gran preparación y capacidad para comunicar y transmitir desde el trayecto de lo humano a lo espiritual y ese toquecillo de timidez que se le percibió en otro sentido bien distinto de lo que en verdad es. Siempre pensé que los hechos extraordinarios, lo extraordinario de cada persona, llegan siempre después de miles de esfuerzos sencillos.
Yo, simple madre de familia, no me debo al ejercicio de la humildad, salvo aquella que me enriquece como persona, y la procuro en todo caso. Tampoco me debo a la obediencia, salvo en aquellas pequeñas cosas del cada día, para que mi entorno familiar, sobre todo, y social sea ese juego necesario y obediente a mis convicciones –obligaciones y derechos– que a veces cuestan, pero son elegidas en libertad.
Sinceramente, me confieso y soy católica, pero no sé si podría yo mirar para otro lado –sin protestar– cuando veo que hay ciertas cosas de la Iglesia que me parecen injustas, y hoy lo manifiesto porque soy así y no me puedo callar.
A buen entendedor, pocas palabras bastan.
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