Ernesto el raro

23 de Enero del 2025 - Fernando Vijande Fernández (Castropol)

Ernesto era raro, raro de c.... como decía su abuela, que era muy mal hablada.

"Ernesto, ven a comer el caldo".

"¿Lleva azúcar?", preguntaba.

"Cómo va a llevar azúcar el caldo", le respondía su abuela. "Bueno, pues a mí me gusta con azúcar, así que échale un par de cucharadas en el caldo que, si no, no lo como".

"Ernesto, ponte la gabardina para ir a la escuela que está lloviendo".

No había nada que hacer, Ernesto aparecía de manga corta o sin camiseta y con un "pucho" en la cabeza, y decía: "El ser humano nace desnudo; ¿tú no ves que las vacas andan desnudas por el monte y no les pasa nada?, pues yo igual, aunque hay que proteger la cabeza, pues en la cabeza están la oficina de pensar y la máquina de escribir cartas".

Ernesto tenía una bicicleta de hombre, marca Orbea, que fuera herencia de su padre, de esas que llevaban un sillín metálico detrás con gomas para transportar al molino un saco de trigo, y su padre, cuando estaba en las últimas, lo mandó llamar y le dijo: "Hijo mío, yo me voy a morir y te dejo en herencia la bicicleta, no te separes de ella".

Ernesto, siguiendo los consejos de su padre, iba con la bicicleta a todas partes. Todos sus amigos le decían: "Ernesto, ¿por qué no te subes en la bicicleta?". "Mi padre me dijo que no me separara de ella, no que me subiera".

Ernesto tenía la Enciclopedia Álvarez en casa y aprendió a leerla al revés, del final hasta el principio, porque decía que de esa manera llegaría a saber el origen de la humanidad y conocería a nuestros primeros padres (Adán y Eva).

También me contaba que cuando se bañaba en la tina de cinc de lavar la ropa, según el principio de Arquímedes el agua que se desbordaba y conociendo la densidad de su cuerpo calculaba lo que él pesaba. Decía que si nos bañáramos todos los del pueblo en la ría del Eo, subiría el nivel del agua en el muelle de Ribadeo y sabríamos lo que pesaban todos los habitantes del pueblo. Esto a mí me parecía muy raro porque también dependía de las robalizas que se pescaran en la ría, pero Ernesto también calculaba las robalizas que traían los pescadores en los chalanos y no fallaba.

Yo no sé para qué quería saber lo que pesábamos los del pueblo, si cuando ibas al médico, si ibas, no te preguntaba lo que pesabas, como hacen ahora.

Pero Ernesto era raro, sabía mucho de todo, era raro raro, pero muy listo.

A Ernesto le gustaba la noche como a las lechuzas, quería de mayor trabajar de sereno y, como las luciérnagas, encender y apagar luces. Ya prometía mucho y aspiraba a ser en el futuro un hombre con muchas luces.

Ernesto de mayor tenía muchas chicas que lo pretendían y alguna madre le decía a su hija: "Ay, nena, nun sei cómo che gusta ese mozo que é mui raro". "Pos por eso, madre, porque é mui raro". "Pos nun che queda nada, mía fiya, porque de veyos médranyes as rarezas".

Ernesto encontró una mujer que también era muy rara y no se separó de ella. Como decía mi madre: nunca falta un roto para un descosido.

Está demostrado que, según la Universidad de Villa Vitelli, los hombres raros tienen un atractivo especial.

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