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Héctor, un laico cristiano de los que se necesitan

4 de Febrero del 2011 - Benjamín Morán y Javier Gómez Cuesta (Oviedo y Gijón)

Escasean los laicos comprometidos, entusiasmados con el Evangelio de Jesús. Es una de las promesas del Concilio que le estamos dificultando alumbrar. Hacen falta brazos, y no los tenemos en cuenta. Hay que despertar ese león dormido. Cambiaría la imagen de esta Iglesia a la que le cuesta encontrar su sitio en la Europa actual, en esta España que tiene claros síntomas de anemia.

Uno de estos laicos pioneros es Héctor. Se nos acaba de morir dejándonos nostalgia y tristeza en el corazón, pero seguros en la esperanza de la vida nueva, en la que unos creen y otros sueñan y desean que sea verdad, porque la vida tiene que tener sentido, futuro, plenitud. Es demasiado bella para que acabe, sin más, en la pura nada. En este caso, demasiado pronto para que no nos torturen los porqués y nos inunde la pena. Los que le hemos tratado sabemos cómo era, qué riqueza personal tenía, qué valores humanos y cristianos componían la sinfonía de su personalidad, qué alegría disfrutaba y comunicaba, qué fe le mantenía, le robustecía, le iluminaba y le movía.

Un hijo orgullo de sus padres, que veían en él un sueño dorado, una prolongación de su vida. Rezumaban satisfacción con solo oír su nombre. Casado con María Jesús, dos vidas ensambladas por el amor, por la simpatía, por la mutua admiración. Algo que debiera ser normal y abundante en la vida matrimonial, pero, por lo que sea, no es así. Tres hijos, Javier, Jaime y Anina, iguales y distintos, que llevan marca de la casa. Ana, la pequeña, de cuatro años, una dulzura de niña, llegó cuando la enfermedad emitió los primeros síntomas. Como si hiciera falta que amaneciera de nuevo la vida.

Profesor en el Colegio École, todos sus alumnos saben y se han beneficiado de su saber que él convertía en sabiduría de la vida y que transmitía. Entusiasta de los deportes, cercano a todos, organizador de los viajes de estudio. En el mismo colegio trabaja también María Jesús. Me gustaría saber las opiniones y vivencias de esos muchachos que hoy pierden no sólo un profe, sino un amigo, un hombre con talla de líder. Hasta cuando se enfadaba transmitía cariño e interés por las personas.

Amigos de otros matrimonios que sintonizaban en muchas cosas y, sobre todo, en ideales de vida, se encontraron en 1991 con un cura plural de dedicaciones, ocurrente en iniciativas que, dedicado a tratar y orientar problemas matrimoniales, les sugirió poner en marcha una actividad eclesial para preparar a las parejas que desean formar una comunidad de amor celebrando el sacramento del matrimonio en la iglesia. No se puede ir sólo por tradición y costumbre, ni a sacar la foto. Hay que saber vivir y saborear lo que se celebra. El matrimonio es un proyecto de Dios para ser felices. Conviene conocer la estrategia para lograrlo. Fueron cinco jóvenes matrimonios los que abrieron el camino. Otros se han ido sumando a ese plan de preparación. Forman un grupo encantador. Comenzaron en Oviedo y se extendieron a otros lugares de Asturias, no con mucha profusión. Es más fácil poner piedras en el camino. En las evaluaciones que hacen las parejas que disfrutan del cursillo obtienen una alta valoración y estima. Héctor y María Jesús seguían al pie del cañón. En un boletín del grupo, no hace mucho tiempo, relataba la historia de esta aventura y expresaba el gozo de haber participado en ella, donde había experimentado lo bonito que es y la alegría que se siente viviendo en pareja con Dios al fondo. Es como llevar con uno el generador del amor para que el corazón no se pare.

Héctor ha sido presidente el Movimiento de Cursillos de Cristiandad, que ha engendrado tantos colaboradores activos en las parroquias. Varios miles de asturianos han descubierto el valor de su fe, la significación de Jesucristo en la vida, y la han fortalecido yendo a ellos. El arcoíris se dibujó en su alma y se llenó de colores. Héctor tenía carisma, su palabra fresca, sincera, pronunciada desde la autenticidad, llegaba, convencía.

La enfermedad le fue ganando terreno. Él no se lo puso fácil. Todavía este verano hizo por etapas el Camino de Santiago con sus amigos de siempre, imagen de la trinidad humana. Fue admirable. Temple, coraje, entusiasmo, fe hasta el final. Esa peregrinación le puso ya en el umbral del Pórtico de la Gloria. Señor, la merece.

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