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Cinco horas con Wagner

14 de Febrero del 2011 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

Adelantar de entrada que asistir voluntariamente a un teatro, en este caso el Campoamor, a una representación de la naturaleza que sea, conociendo de antemano que tendrá una duración de cinco horas, implica aceptar deliberadamente una prueba de corte masoquista. Nada hay tan placentero en la actividad humana que se pueda soportar sin abocar al más absoluto de los cansancios y aburrimiento tras cinco horas de espectáculo. Sin entrar en la intimidad más íntima del ser humano, digamos que el exceso anula el placer. Si existieran unos filtros a la salida de los actos, se podría comprobar el estado de ánimo de los espectadores.

Las mayores aventuras amorosas son inevitablemente las más trágicas: Marco Antonio y Cleopatra (en la historia antigua), hasta Romeo y Julieta, en la ficción, pasando por la leyenda medieval de Tristán e Isolda. Pues Richard Wagner (1813-1883), cuando dispuso su inspiración en esta pareja para llevar su aventura a la partitura, que culminó con una duración de cinco horas, incluidos descansos, se propuso y consiguió someter al espectador a una atmósfera propia de velatorio de largo metraje en una representación dividida en entreactos. No sólo la duración del espectáculo es la presentación, escenificación y composición en sí misma. Desde la perspectiva de un modesto aficionado, respetando a los más conspicuos entendidos/críticos a este grandioso espectáculo de la ópera, que conjuga teatro, escenificación, canto, música, danza... no sabemos si en los tiempos en que vivió el autor había poco que hacer y menos que ver, pues otra cosa no se explica. El texto (libreto), en su reiterada obsesión por determinados términos que los convierte en tediosos para la mente del espectador, pone de manifiesto, al mismo tiempo, una ausencia de capacidad de síntesis. Obras así no crean afición.

De poco sirve que los intérpretes de la obra en su conjunto ofrezcan al espectador lo mejor de sí, que tengan alto nivel como artistas, si luego la obra en su composición no se presta al brillo de sus protagonistas y, a la postre, más importante aun, los aficionados no alcanzan el grado de disfrute que se le debe exigir a todo espectáculo por el que se paga, en este caso la ópera. Personalmente, preferimos más, en vez de estas "Cinco horas con Wagner", las "Cinco horas con Mario" de Delibes.

José Antonio Coppen Fernández

Lugones

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