La canción de Karla
Karla Sofía Gascón parece que no es una voz tan subalterna, porque se ha manifestado en términos radicalizados que pondrían en peligro la obtención de uno de los magnos créditos sociales de nuestra hora: un "Oscar" de la Academia, ¡nada menos que a la primer mujer trans! Aquí interviene la cuestión enojosa de indagar el género en que se encuadraba la actriz hispanomexicana en los distintos momentos en que vociferaba su malestar político, pero, claro, eso no lo vamos a tocar porque hemos convenido en que las creencias dormitan en el ámbito de la privacidad. El ejercicio conminatorio de o formarse una opinión circunspecta sobre todo asunto -o ser percibidos como cobardes, reaccionarios, enfermos de alma, etc...- sufre así una paralización que requeriría una dosis muy elevada de voluntarismo para hacer como si no pasara nada, y vuelta a la noria de agavillar apoyos a una causa difusa, o de arrojar de sí a enemigos que antes no lo eran pero que se han retratado fatalmente a la luz ambarina y oscilante de la noticia rabiosa.
Pero si algo se desprende de Karla es la plasticidad perruna de nuestra condición, y me permito arriesgar un juicio con escorzo danzante, a despecho de los fundamentos antedichos y la prudencia asociada a estos. Ella se construye de una manera que resulta en lo que vemos, y no tenemos otras armas que la reyerta para instarle a que deponga su plan de vida; ni tenemos ni queremos, en realidad nos da igual, más allá de mascullar unas palabras de exsecrti acerca de su dimisión ontológica, clínica y registral. Su voluntad de abrirse paso con arreglo a sus deseos implicaría una multiplicidad tal que no sabríamos apreciar lo que de iridiscente presentaría, porque siempre quedamos a la espera obstinada de hombres y mujeres de una sola pieza que nos sirvan de espejo mate; y a veces no les hay, mala suerte.
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