¡Que viene el Sacamantecas!
Está visto y comprobado que los fantasmas no solo pertenecen al reino de la imaginación infantil o de algunas mentes calenturientas, sino que, al igual que sucede con las meigas, haberlos haylos. Y si los asociamos a la imaginación infantil minusvalorándolos como pura ficción, ello se debe, en mi opinión, a una deformación estructural de la mente adulta, que sistemáticamente cataloga como imaginario todo aquello que se niega a aceptar como real, aunque lo tenga bien a la vista. Para la mente infantil tan real es el Hombre del Saco o el rey Baltasar como cualquier otro ser presente en su vida. Por contra, la del adulto tiende a considerar ficticio lo real por desconocimiento o no vivido. Hasta nos cuesta reconocer la existencia de algo tan cotidiano como la Parca por la simple razón de que nunca nos hemos encontrado personalmente con ella, ya que, como decía Epicuro, "cuando estamos nosotros, ella no está, y cuando ella está, ya no estamos nosotros".
Pero la mente adulta no está exenta de fantasmas, y no siempre están ahí para negarlos. Entre los más famosos e importantes se encuentran, sin duda, Dios y el Diablo, cada uno con sus diferentes versiones o denominaciones. Refiriéndose a Dios, el padre Astete, en su famoso Catecismo, afirmaba que Dios está presente en todas partes, hasta en nuestros más ocultos pensamientos. Otro tanto podría decirse del Diablo, sobre todo en lo que se refiere a nuestros más ocultos pensamientos. Es de sobra conocido el curioso dicho castellano: "Hay más diablos que agua bendita". Bien es verdad que se utiliza para determinados contextos de la vida cotidiana, pero su literalidad no deja de ser significativa. Entre las diferentes versiones de Dios creo que merece destacarse la espinoziana "Natura". Ella lo abarca todo, nos crea, nos mantiene y sostiene al universo entero. Pero, a lo que se ve, ese dios Natura o tiene despistes monumentales o directamente nos castiga creando monstruos diabólicos como el redivivo Pelopaja que acaba de aposentarse en la Casa Blanca. Y como ha nacido desalmado, su almario está ocupado por un "armario" pentagonal con el que pretende convertir el mundo en un infierno y proclamarse emperador de todos los diablos entre los que destaca su lugarteniente, el sanguinario genocida de Oriente Medio.
Recuerdo que de niños (cuando todavía había niños en los pueblos de León y no había "deberes" ni "extraescolares") utilizábamos la mayor parte del tiempo extraescolar para jugar. Si el juego se localizaba en las afueras y nos sorprendía la noche, no solía faltar la voz de alerta: "¡Que viene el sacamantecas!". Automáticamente todos poníamos pies en polvorosa, y hasta oíamos a nuestra espalda los pasos del malhechor. No andábamos del todo descaminados en nuestro temor real. Pasados los años, hemos sabido que la realidad supera a la ficción y que los sacamantecas de antaño hoy se llaman traficantes de órganos infantiles. Auténticos diablos.
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