Aves
Érase una vez una generación migrante. Y no me refiero a la de mi abuela, que se mudó de Prieres a Xixón con la mezcla de miedo y esperanza que genera una nueva vida. Hablo de una juventud, la de ahora, en perpetua búsqueda de nuevas experiencias que parecen existir en cualquier lugar menos aquí.
No critico esta realidad desde los márgenes; yo también he formado parte de "los que se van" y he contribuido con mi pequeña aportación al cada vez más alto porcentaje de personas entre 18 y 30 años que abandonan su hogar no por necesidad, sino a causa de una claustrofobia tácita y generalizada. Quizás exista una edad en la que o bien nuestra ciudad natal encoge o bien nuestras aspiraciones vitales se expanden, pues de repente la casa "se nos queda pequeña" y nos inunda la necesidad de salir, de cambiar, de crecer. Aquí ya no hay nada para nosotros, nuestro futuro está allí, sea donde eso sea.
Es así que cojo un AVE y me convierto en una dejando a mis padres con un nido vaciado prematuramente, en busca de unas nuevas experiencias, desarrollo y crecimiento personal que alguien ha decidido que solo se encuentra en las grandes capitales. Pero ya lo advertía Sabina: "En la fatua Nueva York / da más sombra que los limoneros la Estatua de la Libertad"; y es que la imagen idealizada del éxito, del sueño cumplido y de las oportunidades inigualables pocas veces es más que un escaparate, y pronto ilusión y ambición son reemplazadas por confusión, desorientación, cansancio, decepción, señaldá. Ese Xixón que quería dejar atrás no puede ser la causa de mi insatisfacción porque la insatisfacción nos la llevamos en la maleta cuando nos convencemos de que lo mejor está "ahí fuera" y nos olvidamos de prestar atención a lo que hay "aquí dentro".
Érase una vez una generación que tenía que salir del hogar, de la familia, para darse cuenta de la suerte que tenía de tener una. Érase una vez un ave que volvió al nido.
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