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Un 2025 para la esperanza

11 de Febrero del 2025 - Carmen González Casal

Llevamos caminado más de un mes por un nuevo año y con él aterrizamos —aunque parezca mentira— en el primer cuarto del siglo XXI. ¡Quién me lo iba a decir cuando a las puertas del 2000 veía el nuevo milenio como una epopeya difícil de alcanzar! El tiempo vuela. Ya invocaban los latinos el tópico tempus fugit porque la fugacidad de la vida viene de lejos, y, sin apenas darnos cuenta, los días, los meses, los años... se nos escapan como el agua entre las manos. Sobremanera cuando llevamos caminando más de lo que nos queda por andar. Caminos andaderos en su mayoría, pero empinados y con encrucijadas por momentos, acompañados unas veces de sol, otras de nubes, ventisca o borrascas, cuando no de tsunamis. Y en este correr de la vida puede que la meta, si es que la tenemos, esté más cerca que cuando iniciamos la andadura.

Sin embargo, cuando el rumbo es difuso, incluso errático, o lo vivido no nos satisface del todo, puede que la sensación de vacío se asome a nuestra vida desalentando la marcha, aunque la apariencia sea la de una intensa normalidad capaz de acometer cualquier desafío, porque mejor no mostrar debilidad en una sociedad exhausta de actividad y energía donde el running, el footing o el jogging son el medio eficaz para relajarnos, y donde las redes sociales hacen de la multitarea el paradigma de la eficacia.

Si esta descripción te parece tan real como desalentadora, no te preocupes porque el 2025 «nace con un pan debajo del brazo». ¿A qué me refiero? Pues a que el Papa Francisco acaba de inaugurar en Roma un Año Santo bajo el lema «La esperanza no defrauda».

Este Jubileo tiene su origen en la tradición hebrea y se convoca cada 25 años para celebrar un evento particular y conceder gracias especiales. Roma lleva meses preparándose para recibir a miles de peregrinos de todo el mundo. Sin salir de Asturias, en la Catedral de Oviedo y en Covadonga, también pueden los asturianos beneficiarse de este acontecimiento.

Sumario: El Papa Francisco acaba de inaugurar en Roma el Año Santo

Destacado: Sin salir de Asturias, en la Catedral de Oviedo y en Covadonga, también pueden los asturianos beneficiarse de este acontecimiento

Además, el Papa Francisco ha escrito una carta en la que ofrece una profunda reflexión sobre la importancia espiritual del Jubileo y la preparación necesaria para este tiempo de gracia, donde la esperanza cristiana, fundamentada en Jesucristo, es como un ancla del alma, sólida y firme, capaz de vencer cualquier tempestad.

Los que vivan al margen de lo que celebre la Iglesia o se definan ateos y agnósticos siempre pueden profundizar y crecer en la esperanza, que, según el refrán, «es lo último que se pierde». Por eso quiero empezar el 2025 hablando de esta virtud que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define como el «estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea», señalando como sinónimos la confianza, la ilusión y el optimismo. Para Aristóteles era «el sueño de los despiertos». Y Luther King valoraba tanto la esperanza que, con solo ayudar a una sola persona a tenerla, su vida había merecido la pena.

Quizás por eso, a la hora de pintarla de un color se eligió el verde, asociado a la primavera, que surge generosa tras las privaciones del invierno. Así lo canta Diego Torres en su icónica «Color esperanza», cuyo estribillo te recuerdo porque nos da pistas de adónde nos lleva: «Saber que se puede / Querer que se pueda / Quitarse los miedos / Sacarlos afuera / Pintarse la cara / Color esperanza / Tentar al futuro / Con el corazón».

En un mundo donde las guerras no cesan; donde llegan a las costas miles de emigrantes buscando mejores condiciones de vida; en una sociedad que vaga al margen de valores sólidos, con futuros económicos inciertos y tantas otras situaciones que conocemos y padecemos, hay cabida para la esperanza. Porque la esperanza, la ilusión, el optimismo abre puertas; implica voluntad para conseguir objetivos con motivación y confianza; persigue metas que nos llevan a crecer como persona: como padres, como buenos hijos, amigos, profesionales del ámbito que sea; exige paciencia cuando lo que nos proponemos es costoso o tarda en llegar, y, cómo no, despliega junto con la creatividad para idear propuestas eficaces que nos lleven al futuro deseado, fortaleza para no ceder ante las dificultades.

El refranero, que habla siempre con sabiduría, nos dice que «no hay mal que cien años dure», o que «después de la tempestad viene la calma», porque al fundamentarse la esperanza en el amor, donde una puerta se cierra, otra se abre a algo mejor o que nos conviene más. Puerta que en los años jubilares se abre en el Vaticano o en las catedrales metropolitanas para significar la llegada de un tiempo nuevo, de conversión y de esperanza.

Alzo la copa con todos los que me lean y brindo: «¡Por lo que queda de un 2025 con esperanza!».

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