El Pazo de Meirás, la otra memoria
Casi 50 años después de la muerte del dictador, los Franco dejan el Pazo de Meirás. Se habían convertido en una especie de inquiokupas "avant la lettre". El desalojo no fue efecto de una decisión política, se produjo por sentencia judicial. El título de propiedad que exhibían los Franco carecía de validez; era un documento de 1941 en el que se simulaba la venta del Pazo a Franco como propiedad privada, cuando, en realidad, había sido comprado a sus legítimos propietarios, los herederos de doña Emilia Pardo Bazán, en 1937 por suscripción popular y ofrecido al "Generalísimo" como residencia secundaria, en su calidad de jefe del Estado. Que, muerto Franco, sus herederos lo siguieran ocupando era, pues, tan incongruente como que hubieran seguido disponiendo del palacio del Pardo.
A partir de unas modestas construcciones en las que la familia gestionaba una empresa de botánica experimental, doña Emilia levantó el pazo con sus torres como un monumento a su obra y a su memoria. En su último testamento, extraviado durante años y redescubierto recientemente, la escritora excluye de la sucesión a su hijo, un tanto tarambana, para asegurarse de que la propiedad no terminase malvendida. En un testamento anterior (1912) no le dejaba al primogénito «sino aquello que en estricto derecho le corresponde, y nada de lo que libremente puedo legar a quien quiera». Doña Emilia lega el pazo y la finca de Meirás a su único nieto, Jaime, un niño de 2 años en aquella fecha (1920).
Jaime, el heredero designado, fue "paseado" junto con su padre en agosto del 36 en el Madrid republicano del Frente Popular. Tenía 17 años. Siempre que queremos acceder al presunto paraíso perdido de la Segunda República, se nos interpone este Mar Rojo infranqueable, de crimen, de sangre y muerte. El de las checas y el FP. Que comisarios de escolta y coche oficial legislen como quieran y hagan del BOE un miserable panfleto de propaganda. La gente honrada procure no olvidar lo que sabe, enterarse de algo más y pensar libremente lo que la razón nos dicta. El Pazo de Meirás emerge como un recordatorio trágico entre el crimen y la dictadura.
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