Francisco I el batallador
El cuerpo a veces tiene razones que la razón no atiende y llaga un punto en que el cuerpo se planta y a la razón no le queda otra que entrar en razón. En concreto y dicho de otra manera, los médicos retiran del tráfago de la circulación al Papa Francisco, literalmente sin aliento (neumonía bilateral), y lo aparcan en el arcén del Gemelli con la sana intención de que esa tregua impuesta le permita al Santo Padre recuperar fuerzas y volver al rudo batallar de cada día con ímpetu renovado. Que así sea.
Hace poco, una decisión del Papa, aparentemente inocua, atravesaba la barrera de ruido y de furor de las guerras de Ucrania, de Gaza, de Siria, y acaparaba el primer plano de la actualidad justo al tiempo en que los bárbaros penetraban en el Capitolio de Washington (investidura de Trump): El Papa nombraba a una religiosa al frente de uno de los dicasterios de la Santa Sede. Nunca una mujer había alcanzado un puesto de tanta relevancia y responsabilidad en la administración de la Iglesia. Es hasta ahora la jugada más avanzada en la campaña de lo que el Papa llama "desmasculinización" de la Iglesia (es conocida la inclinación de Bergoglio a bricolajes lingüísticos no siempre felices; no parece que la infalibilidad cubra esos arrabales de la estilística).
A su edad, el Papa Francisco sigue siendo un hombre de proyectos, es decir, de cosas por hacer. Sería una cortesía muy de agradecerle si se queda una temporada más entre nosotros. No abundan en la élite mundial las personas justas y cuerdas. La brutalidad se impone como principio universal de gobierno y el horizonte se oscurece y estrecha cada vez que se extingue alguna de las luces que arden todavía. No es necesario coincidir con todas las posiciones de Francisco, ni asumir como propias las urgencias que son suyas, para rendirle este homenaje tan sincero como modesto. Francisco I el batallador, bueno hasta dejarlo de sobra. No se le asocia, sin embargo, a Juan XXIII, aquel San Francisco al que llamábamos Juan. ¿Será por lo de batallador?
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