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Adiós, Falo (a Falo el Obispo)

24 de Febrero del 2009 - Jaime Álvarez San Román (Oviedo)

Te marchaste, Falo. Rigurosamente. Con prisa, tú que nunca la tenías en exceso. Eras pausado, minucioso en la observación de cuanto te concernía, del mundo de tu trabajo; en cuya área fuiste un profesional sobresaliente. ¡Cómo recuerdo ahora cuando, camino de la romería de La Corredoria, tú, taciturno y concentrado, a pesar de los encendidos afanes juveniles que nos presidían (15 o 20 amigos de la «pandilla» de La Tenderina en busca de diversión sana), tú estabas preocupado porque no encontrabas en el mercado un determinado muelle que necesitabas para reparar una «moto» de un cliente de tu garaje. Lo resolvió tu iniciativa: buscaste un alambre viejo que, y con una simple alicate, lo fuiste colocando y enrollando hasta que lograste la resistencia y tensión apropiadas.

¡Teníamos 15 o 16 años! ¡A cuánto nos obligaba aquella época, tan distinta de la actual!

¡Cuántos afanes de formación, superación y progreso teníamos entonces! Aquellos años en que Floro, tú y yo éramos una unidad de amistad, cariño, ambición y lucha contra aquella vida tan dura y nuestras responsabilidades. Flor, con 17-18 años, responsable principal de su familia, donde él, de cuatro miembros, era el tercero en edad. Cada uno de nosotros con sus problemas laborales y familiares, que pretendíamos superar, por lógica ambición personal y para gratificar el esfuerzo y la ilusión de nuestros padres que, sin contar con nada, nos entregaban tanto. Los tres logramos este objetivo con creces y pudimos retribuirles gracias a Dios y a nuestro esfuerzo. Tú te vas el primero, Falo. ¡Qué dolor, hermano! Se terminaron nuestros periódicos encuentros en los que repasábamos nuestras vivencias y recuerdos de aquellos años jóvenes en los cuales, a pesar de su dureza, fuimos muy felices, que, a falta de incentivos materiales, llenábamos nuestras horas de ocio con la más hermosa de las ofrendas: la generosidad de nuestros afectos y la solidaridad y cariño que nos profesábamos.

Cuando Floro y yo reanudemos nuestros encuentros gastronómicos, que espero poder disfrutar con la frecuencia que las circunstancias permitan, en nuestra mesa estará presente tu copa y en nuestro corazón el vivísimo cariño que te hemos profesado en vida y que siempre nos acompañará. También te prometemos atender en cuanto precise a Marisol, para quien atesoramos este cariño nacido y sustentado en más de medio siglo.

Espéranos y acótanos un sitio ahí a tu lado. ¡Volveremos a abrazarnos!

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