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Rodillo partidista

14 de Febrero del 2011 - Luis Manuel Prida Alvareda (Oviedo)

El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Viene esto a colación porque se han olvidado los valores que impulsaron la transición política en este país y, sobre todo, se ha olvidado a los «ciudadanos», verdaderos artífices de la misma. Hemos pasado de manera sigilosa, tenue e imperceptible de la libertad más deseada, querida y sufrida por este pueblo a una dictadura igual de silenciosa, dañina y perjudicial. Quizá consentida por la comodidad e indiferencia de todos nosotros. El caso es que a día de hoy los políticos se han adueñado de nuestras vidas e instituciones en beneficio propio, al igual que hiciera el régimen anterior. El modelo de estructura y organización de los partidos políticos está fundamentado en la infalibilidad y sumisión al aparato y al líder supremo, el cual es el nuevo Rey Sol, a imitación de la Francia de Luis XIV, que hizo célebre la frase «El Estado soy yo». Los partidos políticos, da igual de qué signo sean, sólo tienen por ideología ganar elecciones a costa de lo que sea.

Únicamente cuentan con sus bases para elegir a sus comités locales. Una vez hecho esto, los cuatro elegidos aplican el rodillo para colocar amigos, devolver favores, hacer la pelota para subir más en el escalafón y disfrutar y aprobar privilegios en beneficio propio, que si lo conociese en profundidad el 10 por ciento de la sociedad sería causa más que justificada para una revuelta social, ya que supera el expolio, el insulto y el despotismo con el resto de los ciudadanos. Este Gobierno y esta oposición han tratado de dividir a este país en dos. Lo han conseguido. Pero que no se equivoquen, las mitades que han conseguido son diferentes a las que ellos esperaban: la «casta política», por un lado, y el resto de la sociedad. Son tan estúpidos, prepotentes e ignorantes que no se dan cuenta de que ellos son la nobleza existente en 1789, fecha de la Revolución francesa, y no son conscientes de la llama que están encendiendo, a imagen y semejanza de las causas que llevaron a dicha Revolución. El final de la misma es conocido, la nobleza fue decapitada por el resto de la sociedad. La regeneración política exige una reforma de la Constitución que democratice los partidos políticos, un cambio en la ley Electoral que dé paso a listas abiertas para que los ciudadanos voten en libertad a las personas, que siempre deben de estar por encima de cualquier grupo político, sindical o empresarial. Una persona, un voto. Éstos son los únicos cimientos sobre los que se puede empezar a reconstruir esta sociedad, para que no vayamos hacia el abismo. Quiero recordar con vehemencia que el éxito de la transición política fue de los ciudadanos, pero la voz de sus deseos y sufrimientos fue el «cuarto poder», es decir, la prensa. Cuánto echo de menos una voz tan alta como entonces. ¿No deberíamos de reflexionar todos un poco o, mejor, un mucho?

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