La otra cara del deporte
Fomentar la actividad física en los niños es una forma de educar. Por eso, muchos intentamos inculcarles la pasión por el deporte desde una edad temprana. Sin embargo, sorprende ver que en los tiempos actuales, donde al fin se valora cada vez más la deportividad frente a la competitividad, en el deporte de base se siguen dando situaciones injustas y desigualdad de oportunidades a los jugadores. Los clubs, en lugar de premiar el compromiso, el juego en equipo y la buena actitud, apuestan por unos pocos que consideran que tienen más potencial, en detrimento de los demás, que son discriminados y relegados al banquillo. De esta forma, se genera un sistema endogámico que solo sirve para que esos pocos elegidos mejoren a ritmo acelerado, mientras los demás se estancan y desmotivan. En el caso de mi hija (17 años), que ha estado entrenando y compitiendo durante más de tres años, llegó ya a extremos, en mi opinión, inaceptables, permaneciendo en el banquillo partidos enteros, es decir, minutos de juego = 0, independientemente del resultado. A la vista de esta falta de empatía y objetividad, que genera frustración, malestar, inseguridad y baja autoestima, solo se me ocurre que se tenga que regular. Para las categorías inferiores ya se hace, pero a medida que crecen se deja a decisión de los entrenadores, que tienen poder absoluto para obrar como les parezca. Todo esto en un contexto completamente amateur, donde el objetivo no es dedicarse a este deporte ni hacerse profesional. Quizás la Federación debería intervenir y fijar unas normas y unos mínimos que garanticen el respeto y la equidad para los jugadores. Está claro que, si se deja a su libre albedrío, no sucede.
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