El silencio no siempre otorga
Puede que el dolor y la impotencia anulen toda palabra que pueda expresar la emoción y empatía hacia el sufrimiento ajeno. Hacia la maltratada Justicia. Hacia la profanación de los derechos humanos.
Voces que nos despiertan cada día con términos que se clavan como carámbanos en nuestro corazón: “genocidio”, “destrucción”, “construcción de Riviera con vistas al mar”, “limpieza étnica”, “desplazamientos obligados”, “hambruna”, etc.
¡Armas, más armas!, gritan unos y otros, genocidas para los genocidas sitiadores. Todavía queda un trozo de tierra y almas por destruir...
¡Niñas, niños, niñas, niños!
¡Jóvenes embarazadas!
¡Madres, madres, madres!
Y esas miradas que miran hacia otro lado, y ese disculpar y culparse entre los todopoderosos gestores de la vida ajena. Y ese incumplimiento sistemático de las Leyes...
“Las normas del Derecho Internacional Humanitario pretenden evitar y limitar el sufrimiento humano en tiempos de conflictos armados. A su vez, pretenden limitar o prohibir el uso de ciertos métodos de guerra, pero no determinan si un país tiene derecho a recurrir a la fuerza, tal y como lo establece la Carta de Naciones Unidas. Estas normas son de obligatorio cumplimiento tanto por los gobiernos y los ejércitos participantes en el conflicto como por los distintos grupos armados de oposición o cualquier parte participante en el mismo” (Wikipedia).
Solo me quedan seis palabras: Terminen con esta maldita farsa. Actúen.
Isabel Fernández Bernaldo de Quirós
Madrid
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