Respuesta al artículo "Sin Israel no habría guerra"
A Francisco Erice Sebares le debe de incomodar la libertad ajena. Solo alguien con ciertas obsesiones podría encontrar “pomposo” el nombre de una coordinadora que agrupa a asociaciones de toda España de lucha contra el antisemitismo, y que, como cualquier asociación civil, elige su nombre sin necesidad de pedir permiso. Por tanto, lo de "autodenominada" sobra, aunque entiendo que en ciertos círculos los nombres vengan impuestos y la independencia resulte un concepto exótico. También veo que le fascinan los títulos académicos. El doctor Pedro Arcos puede ser un excelente profesional en su campo, pero lo que escribe en su artículo es solamente una opinión, obviando demasiados hechos históricos y distorsionando la realidad, no es una verdad científica incuestionable. Que cada cual valore los argumentos. Los míos quedaron dichos y claros en el artículo del día 13: “Sin Hamás ni Yihad Islámica no habría guerra”.
La historia del pueblo de Israel y el pueblo palestino es compleja, aunque muchos prefieren historias simples como las que cuenta Francisco Erice. En Israel siempre ha existido el gran debate sobre si es posible sobrevivir y, a la vez, vivir en paz con los vecinos. Lo sé porque viví allí, en un kibutz y en Jerusalén, y asistí a su Universidad. Se dice que donde hay dos judíos hay tres opiniones, y es cierto. El debate es abierto, libre y acalorado; el dilema, complicado.
No pretendo contar aquí una historia simple, sino explicar algunos hechos con la profundidad histórica que merecen, especialmente aquellos que muchos lectores probablemente desconozcan.
La idea de que el conflicto comenzó con la publicación de “El Estado Judío”, de Theodor Herzl, en 1896 es errónea. No sé si Francisco Erice lo habrá leído o solo leyó en algún panfleto las dos frases con las que nos ilustra. Herzl, fundador del sionismo, buscó una patria segura para los judíos, perseguidos y masacrados en la Europa de finales del siglo XIX. Eretz Israel siempre fue parte de la identidad judía, y la presencia judía en Palestina nunca se interrumpió durante los 2.000 años de exilio. Ejemplos históricos lo demuestran: en 1267, Rambán (Majmánides, nacido en Gerona en 1194) fundó una sinagoga en Jerusalén que fue un centro de estudios por más de cinco siglos; en 1563, se estableció en Safed la primera imprenta hebrea de Asia, y en 1880, los judíos eran mayoría en Jerusalén. El sueño de Herzl no era colonizar, sino crear un Estado. A diferencia de los colonos occidentales, que explotaban a la población local, los judíos compraron tierras, desecaron pantanos y construyeron ciudades con su propias manos, sudor y sangre. No había riquezas que expoliar, solo tierras áridas, desiertos arenosos y pantanos palúdicos. Estaban regresando a una tierra que también era suya.
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La identidad palestina, en términos de nacionalismo territorial separado de Siria, surgió tardíamente. Durante la Primera Guerra Mundial, Hussein ibn Ali, figura clave del nacionalismo árabe, intercambió correspondencia con el Alto Comisionado británico en Egipto, sir Henry McMahon, sobre el apoyo árabe a los británicos contra el Imperio otomano a cambio de ciertos territorios. Sin embargo, en esos acuerdos no se mencionaba Palestina. En 1919, cuando el I Congreso de Asociaciones Musulmanas-Cristianas se reunió en Jerusalén para elegir representantes palestinos en la Conferencia de Paz de París, sus miembros afirmaron que Palestina era parte de la Siria árabe, con la que compartían lazos nacionales, religiosos, lingüísticos y económicos. Por otro lado, la Declaración Balfour de 1917 manifestó el apoyo británico a la creación de un hogar nacional judío en Palestina. En la misma Conferencia de Paz, el emir Faisal firmó un acuerdo con Chaim Weizmann y otros líderes sionistas, en el que se reconocía el "parentesco racial y los antiguos lazos" entre árabes y judíos. Incluso en años posteriores, destacados líderes árabes continuaron negando la existencia de una identidad nacional palestina separada. En 1937, Auni Bey Abdul Hadi declaró ante la Comisión Peel que “Palestina” era un término inventado por los sionistas y que ese territorio había sido parte de Siria durante siglos. De manera similar, en 1947, el representante del Comité Superior Árabe ante la ONU reafirmó que Palestina era simplemente una provincia siria, sin una identidad política independiente. Más tarde, Ahmed Shuqeiri, quien se convertiría en presidente de la OLP, reiteró esta idea ante el Consejo de Seguridad, afirmando que Palestina no era más que el sur de Siria. Por tanto, el conflicto actual no nace con el sionismo, sencillamente porque no existía un concepto de identidad palestina territorial y nacional. En tal caso, lo que había entonces era un conflicto entre la ideología panarabista de la Gran Siria y la población judía que vivía allí.
Por otro lado, algunos líderes árabes veían con buenos ojos la inmigración judía en Palestina, pues traía desarrollo económico a la región. En julio de 1921, Hasan Shukri, alcalde de Haifa y presidente de la Asociación Nacional Musulmana, en un telegrama al Gobierno británico, afirmó: “Estamos seguros de que sin la inmigración judía y la ayuda financiera no habrá desarrollo futuro de nuestro país, como lo demuestra el hecho de que ciudades habitadas en parte por judíos, como Jerusalén, Jaffa, Haifa y Tiberíades, están progresando constantemente, mientras que Nablus, Acre y Nazaret, donde no residen judíos, están en declive”. De hecho, durante las décadas de 1920 y 1930, muchos árabes migraron a Palestina atraídos por las oportunidades económicas generadas por el crecimiento impulsado por la comunidad judía.
Sin embargo, la convivencia se vio frustrada por la radicalización promovida por Haj Amin al-Husseini. Desde 1920 organizó grupos armados para atacar a los judíos, aprovechando la pasividad británica. A pesar de su implicación en los ataques, en 1921 fue nombrado muftí de Jerusalén, lo que le permitió consolidar un control absoluto sobre la sociedad árabe palestina. Eliminó opositores, asesinó a quienes favorecían la cooperación con los judíos y convirtió los disturbios en una herramienta política, ya que cada ola de violencia resultaba en restricciones británicas a la inmigración judía en lugar de sanciones contra los agresores. Paradójicamente, aunque al-Husseini se presentó como líder de los árabes palestinos, nunca exigió su independencia. En 1921, solicitó a Churchill la reunificación de Palestina con Siria y Transjordania. Posteriormente, en 1948, cuando se propuso la partición en dos estados, los árabes la rechazaron y optaron por la guerra.
Por cierto, durante la Segunda Guerra Mundial, el muftí al-Husseini huyó a Alemania, allí se reunió con Adolf Hitler, Heinrich Himmler y otros altos mandos nazis. Buscó su apoyo para impedir la creación de un Estado judío en Palestina y promovió la implementación de políticas genocidas nazis en el mundo árabe. Reclutó a miles de musulmanes para unidades de las SS, que participaron en la persecución y exterminio de judíos en los Balcanes. Tras la guerra, Yugoslavia intentó juzgarlo por crímenes de guerra, pero logró escapar y continuó su lucha contra los judíos desde Egipto y Líbano.
Por último, quiero aclarar dos cosas: no necesito estar al servicio de nadie para decir mi opinión, aunque pocos lo entiendan. Y deseo que el pueblo palestino tenga su Estado, pero no a través de un muftí.
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