¿Nos sentimos hijos de Dios?
¿Te gusta la música?, ¿qué música? ¿Te gusta la literatura?, ¿qué literatura? ¿Te gusta el trato humano?, ¿qué trato? ¿Crees que vivimos protegidos por una justicia humana o vendidos a una justicia... política? Puede que al final uno tenga que admitir: "Pues... acabo por renunciar a lo que me gustaría y trago con lo que hay, si no tendría que vivir en una cueva". Sí, entendemos que el ser humano es más vulnerable de lo que sospechamos, y... en este momento hace falta mucha fuerza para mantener unos principios y valores que contrarresten la influencia de un mundo a la deriva. ¿De dónde recogemos esos valores? La verdad es que quizá haya que buscar donde siempre han estado pero nunca nos llamó demasiado la atención ¿Por qué?, porque los representaban seres humanos que no daban el ejemplo.
Pongamos una sola muestra porque no hay que abusar de líneas: la homosexualidad en los seminarios ya se conocía en secreto, pero no era reconocida; hoy ha pasado a ser una anécdota porque no se puede rechazar lo que popularmente es aceptado. Así, Dios queda cada vez más lejos de sus hijos humanos, porque sus principios no cambian, y sigue diciendo: "Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni personas dominadas por la avidez, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios" (1 Corintios. 6:9, 10).
Hay que reconocer que amoldarse a las justas normas divinas requiere esfuerzo personal y soportar el rechazo de la modernidad. Sin embargo, vale la pena, ya que reporta numerosos beneficios. Entre ellos figuran un modo de vida que contribuye a la buena salud, buenas relaciones con los demás y la alegría de contar con el favor de Dios: "¡Si tan solo prestaras atención a mis mandamientos! Entonces, tu paz llegaría a ser igual que un río, y tu justicia, como las olas del mar" (Isaías 48: 18).
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