Ética frente a dominación
Baruch Spinoza escribió una serie de concatenados pensamientos sobre el amor y lo amado en su libro «Ética 'demostrada según el orden geométrico'». En él estableció proposiciones tales como: «Cuando amamos una cosa semejante a nosotros, nos esforzamos cuanto podemos por conseguir que ella nos ame a su vez»; «Si uno imagina que la cosa amada se une a otro con el mismo vínculo de amistad, o con uno más estrecho, que aquel por el que él solo la poseía, será afectado de odio hacia la cosa amada, y envidiará a ese otro»; «Quien se acuerda de una cosa por la que fue deleitado una vez desea poseerla con las mismas circunstancias que se dieron cuando fue deleitado por ella la vez primera»; «El que odia a alguien se esforzará en hacerle mal, a menos que tema que de ello se origine para él un mal mayor, y, por contra, el que ama a alguien se esforzará, por la misma ley, en hacerle bien». En todas ellas hay un planeamiento de posesión, dominación, manipulación, y, aleteando, asoma la justificación psicótica de la locura humana. La ética no es solo plantear problemas, sino capacitar también para la toma de decisiones reflexivas sobre ellos.
En una entrevista a George Soros hace cuarenta años leí cómo él sentenciaba: «El capitalismo es amoral, pero si hay que jugar se juega», y también: «Si descubres algo que es estúpido, apuesta todo tu dinero en contra». Afirmaciones que siempre consideré sorprendentemente acertadas. Sin embargo, tenía un problema ético con ellas, pues, fiándome de la opinión ética de mi mujer, a ella tales afirmaciones nunca le parecieron correctas. Afirmaba que: «Si es amoral por qué juega»; para a continuación argumentar: «Si es estúpido, entonces es perjudicial para la gente en general, y si apuestas todo tu dinero por el perjuicio de la gente para sacar beneficio, eso es maldad». Nunca la convencí de lo contrario, ni diciéndole que me parecía que era un plan inteligente para procurar luego el bien general mediante los fondos de sus fundaciones humanitarias. A lo que respondía mirándome fijamente a los ojos y... guardando silencio. Yo sabía que si las argumentaciones las establecía con esa rotundidez del silencio, era porque tenía razón. Ahora tengo muy clara esa razón: no toleraba la dominación ni la manipulación. Curiosamente, ella dominaba mi vida y la manipulaba para mi provecho, pero nunca vivió mejor que yo, como lo hace G. Soros respecto de quienes ayuda con su Open Society Foundations. Claro que quizá G. Soros pertenezca al «Club de los incomprendidos»: esos granujas sin tacha cuyas historias nos cuenta G. K. Chesterton. Tengo claro que mi mujer siempre tenía razón cuando yo estaba equivocado, por eso sé que sabía cuál era el fallo ético en este caso. A pesar de todo, me siguen gustando estas sentencias de George Soros: no tengo arreglo.
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