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Jonás, el can de payeiro

1 de Abril del 2025 - Fernando Vijande Fernández (Castropol)

En mi casa teníamos un perro de cobertizo ( can de payeiro), no tenía pedigrí, se llamaba Jonás y era muy listo, muy listo, más listo “qu’a fame”. Lo rescatamos de pequeño cuando se estaba ahogando dentro de un calcetín en la ría del Eo y aunque no había ballenas en la ría casi lo traga una robaliza. Todos los días a las ocho de la mañana subía a mi habitación a lamerme la cara para que me despertara y esperaba pacientemente a que me levantara y me vistiese para ir a la escuela. Después de desayunar, yo con mi plato encima de la mesa y él con el suyo encima de mis pies, nos dirigíamos los dos a la escuela. A mi perro no lo dejaban entrar, no sé por qué, ya que mi perro era muy listo, más listo que algunos de mis compañeros, pero a él no le importaba no recibir la enseñanza obligatoria, no le hacía falta, no decía ni guao, se acostaba a la entrada y dormía con un sueño profundo esperando mi salida. Al salir de la escuela yo le contaba lo que me había enseñado la maestra de la vida de los apóstoles y la historia de los nombres de los reyes godos y él me miraba con una cara como quien mira un trozo de jabalí estofado y cuando le decía que Leovigildo, un rey godo, comía chorizo de ciervo y de jabalí cuanto quería, a él se le hacía la boca embutido, se relamía y soñaba con un cielo de los perros donde los chorizos colgaran de los árboles y a veces compartíamos los sueños y soñábamos los dos con subirnos a los árboles, desokupar a los pájaros, darnos un festín de embutido y como no teníamos bula de la Santa Cruzada, saltarnos la vigilia aunque fuera Viernes Santo. Volvíamos a casa los dos muy compungidos y arrepentidos por el pecado cometido, con el estómago lleno de chorizo, con propósito de enmienda y dispuestos para la confesión. La penitencia era pasar sin cenar.

Jonás al llegar a la carretera, como era muy listo, miraba a los dos lados por ver si venían coches para poder cruzar sin que nos atropellaran, casi nunca circulaban coches, solamente algunas veces el taxi de -ico o el Alsa de Oviedo a Ribadeo.

Jonás se convirtió en mi guardaespaldas, me seguía a todos los lugares y me defendía de los peligros de la vida, ni siquiera me dejaba bañarme en la ría del Eo, aunque yo lo comprendía por la experiencia traumática que tuvo de pequeño.

Pero los años de vida de los perros corren más rápido que la de los humanos y un día a Jonás se le inundaron los pulmones no de agua sino de suero por una insuficiencia cardiaca y Jonás fijó sus ojos en mi cara y al rato se nos murió mirando hacia arriba buscando el lugar común del sueño eterno de los perros y de los hombres. Ese día nos tocó ir de entierro.

Cuando llegó al cielo de los perros se encontró que debajo de un árbol de chorizos se encontraba su plato rebosante de embutidos.

A veces pienso que los perros llegaron al cielo antes que los humanos.

El mundo sería un lugar perfecto si hubiera más perros que personas.

En la vida y en la muerte no influyen los años que hayas vivido, sino la compañía con quién y cómo la hayas vivido.

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