A los que hoy van al cielo
A los que hoy van a hombros al Cielo más vivos que muchos muertos en la Tierra, que sepan que son parte de una historia que no se acaba nunca, que es la nuestra y la de todos, porque llevan los mineros en su ánimo y en su acción todas las declinaciones de la suerte humana. Los mineros no pertenecen a un día cualquiera, sino a una situación extraordinaria: como extraordinario es morir, como extraordinario es luchar por lo que se quiere, como extraordinario es tener una voluntad y seguirla. Habrá gente mezquina que los critique, pero cualquier persona honesta sabrá reconocer que los mineros encarnan ciertas virtudes que ya casi no existen, que son anacrónicos, no por su trabajo, sino por sus valores, que ser ajeno a ellos es negarse lo que el hombre puede dar en las situaciones más duras. A los que nos hacen creer en todo, a los que estuvieron hasta el último momento con dignidad, a los que se encerraron en la Catedral, a los que llegaron a Madrid como héroes, a los que cortaban la carretera. A todos y cada uno de los que han hecho que nos emocionásemos tantas veces sin ser mineros, siendo solo los que caminan en el decorado. Porque ser ajeno a todo lo que ha significado la minería en estas dos regiones, en el país, a todas las increíbles gestas que nos hicieron vivir, es no ser humano, y obviar entonces los mejores matices y los destellos más altos. Los mineros son una épica que existe todavía. A los que hoy van al Cielo, que sepan que no se van a ninguna parte, que se quedan con nosotros en nuestra vida y en nuestros recuerdos, para acompañarnos cuando olvidemos qué es vivir. Que se quedan en la Historia junto a la palabra voluntad.
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