¿Primitivo?
Unos pasos más allá, solamente unos pocos metros bastaron para entender que algo había cambiado. Eran las 11.30 del sábado 29 de marzo y acabábamos de sobrepasar el Alto del Acebo. Tras este, una subida inesperada hasta los molinos eólicos nos dejó con la lengua fuera. Pero pronto empezaríamos a bajar.
En el cruce de carreteras, en el alto, vimos una casa. Y la casa era un bar. La alegría se transfiguró en forma del café con leche que tanto ansiábamos, tanto como la compañía de la pareja de brasileiros, y del madrileño Javier, y de la húngara Kati, y de la estadounidense Danielle, y de un inglés de 74 años con su hija, y de una "loca" -con perdón- que no paraba de dar voces y cuyo nombre nunca llegué a saber.
En el descenso, enseguida nos encontramos con una placa con dos flechas. Una, a la izquierda, señalaba Asturias. Otra, a la derecha, Galicia. El camino se volvió un poco más ancho y continuamos transitando por las aldeas de Fonfría, de Barbeitos, de Silvela, de Paradanova, y, por fin, a las tres menos cuarto recalamos en Fonsagrada. Llegamos cansados, pero contentos.
El cansancio no nos había impedido ver, al igual que todos los días siguientes, un camino ancho, de firme limpio, perfectamente desbrozados los laterales y bien canalizadas las aguas, una señalización impecable y pasarelas y pequeños puentes al mínimo regato con que nos cruzáramos. No era lo mismo que habíamos visto antes de El Acebo: muchos caminos y senderos estrechos y mal cuidados, frecuentes lodazales por los que era una tortura avanzar, caminos sin desbrozar, aguas y arroyos sin canalizar y que había que cruzar saltando de una piedra a otra cuando la había, señalizaciones en ocasiones deficientes y la famosa flecha amarilla borrada o borrosa. Habíamos llegado todos los días con los pies mojados y llenos de barro. ¿Acaso llueve menos en Galicia?, nos preguntamos.
La inteligencia de las sociedades y de los pueblos seguramente tenga algo que ver con la apuesta decidida por defender su patrimonio y sus valores, sin reservas. En este caso, son numerosos las aldeas y los pueblos que pueden salir del olvido, levantar la mirada y confiar en el futuro.
Primitivo viene a decir que es antiguo, pero no necesariamente anticuado. El Camino primitivo es una herencia extraordinaria, única tantos siglos después, que nos enorgullece a los asturianos. Y a todos los valientes, porque hay que serlo en muchas ocasiones para atreverse a afrontar nuestras montañas.
Ojalá la espectacularidad del enorme cartel visible en la plaza de la Catedral -"Oviedo: origen del Camino"-, al lado de la capilla de la Balesquida y con la impertérrita mirada de la Regenta, llegue también a los 170 kilómetros de nuestro Camino. Podemos conseguirlo. Claro que sí.
Guadalupe Lobo García, Valentín Martínez García y Rufino Lobo García, tres peregrinos asturianos
Sevilla
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