La Ruki
Acostumbraba a acostarme pronto, porque a las diez de la noche o así mi cuerpo ya pedía el descanso. El madrugar bien temprano todas las mañanas me pasaba factura al final del día y mi ciclo vital se había adaptado perfectamente a este rango horario.
Una noche del mes de febrero me había enfrascado en la lectura de tal manera que olvidé totalmente el reloj; y el otro, el vital, no me hizo notar, con esas habituales indicaciones de picores en los ojos y bostezos, que hacía ya tiempo que había pasado el momento de mi cotidiana retirada.
Una vez en la cama fui incapaz de conciliar el sueño. Quizá el retraso me había alterado los ciclos circadianos, pensé mientras miraba el techo con los ojos como platos. De repente, un ruido sordo interrumpió mis cavilaciones. Volvió a repetirse enseguida; era como si alguien estuviera aserrando madera. Un "ruuuk, ruuuk" intermitente.
Intenté localizar la procedencia del ruido, que tras unos segundos se detenía. Lo oía cerca, muy cerca. Y cuando sonó de nuevo traté de moverme hacia el punto de su origen para localizarlo exactamente, pero en el acto paró de sonar. Volví a mi posición anterior, bajo el edredón. A los veinte o treinta segundos venga y dale otra vez a la actividad de "aserradero". Pero igual: en cuanto me moví, calló. Sin embargo ahora había tenido una percepción más clara del lugar del que surgía: la mesita de noche.
Me levanté de la cama sin esperar a la próxima serie sonora, me senté en el suelo de madera, la espalda contra la pared, al lado del mueble que albergaba mis sospechas, y me dispuse a aguardar pacientemente la continuación del "ruuuk".
Pasó un buen rato. Parecía no haber duda de que el culpable de mi insomnio era capaz de oír, o de alguna chocante manera intuir mis movimientos; y de manera precavida alargaba sus pausas... ¿se mantenía a la escucha?
Bastante inquieto, me encontré allí sentado, en el suelo, aventurando mentalmente nefastos supuestos sobre mi cercano futuro doméstico.
Al día siguiente quiso el azar que me encontrara con mi amigo LuisAu, que me instruyó sobre el asunto...
"L'orologio della morte, el reloj de la muerte, le dicen los italianos a ese ruido que hacen por la noche -dijo con explícito conocimiento del asunto-, lo más probable es que sea la carcoma común".
"Pues para mí es La Ruki" -dije en tono jocoso-, "la llamo así por el sonido de esa cantinela que me da".
Pero observé que él no encontraba humor alguno a la denominación. Y enseguida sabría por qué.
Al escuchar el relato de los trastornos que le había supuesto una situación parecida ocurrida en su casa el año anterior se me puso la carne de gallina. Y me quedé con la boca abierta oyendo los pormenores de su confidencia...
"Ojalá que no sea tan grave. Al menos no tanto como me ocurrió a mí. Imagínate... traslado temporal de residencia, sacar y tirar al vertedero todos los muebles y enseres de madera de la casa, levantar y desechar todo el parqué del suelo de las habitaciones, obras adicionales de albañilería porque los armarios eran todos empotrados... y finalmente el engorro de las interminables acciones de la empresa especialista en plagas, a la que hube de contratar para sanear toda la casa y conseguir asegurar la inexistencia de esos insectos. Ah, y súmale dos meses y medio de hotel, mientras se solucionaba ese estado de las cosas... ¡Qué le vas a hacer! Solo tres o cuatro milímetros, pero así de poderosos son esos bichucos".
Mientras lo vi alejarse, comprendí al instante que mi futuro se presentaba muy perturbador...
Esa noche la preocupación y el sueño no me permitieron dormir. Bueno y también el "ruuuk".
Al día siguiente por la mañana fui a la biblioteca y, tras consultar un grueso volumen sobre los insectos coleópteros, pude enterarme de que la carcoma común (Anobium punctatum) cambia de su fase larvaria a la de mariposa en el mes de abril; y en solo unos pocos días es cuando ponen sus huevos. Me parecieron muy provechosos también algunos otros datos que leí... "no soportan los índices elevados de humedad ni las bajas temperaturas".
Todavía estábamos en febrero, así que de momento no había peligro de que para mayor desgracia aumentara su población. Y el sonido que no me dejaba dormir era único, singular, quiero decir solo uno. Por lo tanto era probable que, con suerte, mi habitación solamente acogiera una larva.
Me acerqué al "hogar" de La Ruki, la mesita de noche, y extraje de sus carriles los tres cajones. Después de revisarlos a conciencia y no encontrar nada sospechoso cogí el resto del mueble y lo saqué al exterior, al balcón.
Esa noche pude dormir, no sé si por la acumulación de cansancio por mi vigilia continuada de los últimos días; o tal vez la calidad del ventanal, de cristal doble y cierre aislante, fue el causante de que no oyera nada en las horas de la madrugada. Pero me prometí a mí mismo averiguarlo varios días después, cuando la humedad de aquellos días lluviosos y las bajas temperaturas invernales hubieran actuado a mi conveniencia.
Dos semanas después el tiempo mejoró y durante las noches abrí el ventanal para tratar de oír el "aserrío" de La Ruki. Nada; pero por si acaso, volví a cerrarlo, decidido a mantenerlo así hasta que hubiera pasado el mes de abril; y con él todo el peligro de una potencial puesta de huevos en el interior.
La Fiesta del Trabajo, primero de mayo, doy un paseo por el puerto y me encuentro con LuisAu.
"¿Qué tal, por fin te libraste de La Ruki?", me pregunta sonriendo.
"Hola. Sí, creo que sí", le contesto.
"¿Y cómo lo conseguiste... por los antiplagas?", me dice interesado.
"No, no..., o por la humedad, o por el frío, o porque la saqué al balcón y cerré la puerta".
Me miró incrédulo, pensó que le gastaba una broma.
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